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27/8/16

Gustavo Bueno (1924-2016), el gran clasificador

“Crítica es clasificación”, decía Gustavo Bueno, el gran clasificador. Abra cualquiera de sus obras y lo más probable es que se encuentre una “teoría de teorías”, en la que sus propias ideas se oponen sistemáticamente a cualquier alternativa. Sólo un genio de la clasificación puede permitirse desafiar así las intuiciones de sus lectores. Bueno era materialista, pero, a diferencia de los materialistas vulgares, defendía la realidad de las ideas (un “género de materialidad”). El de Bueno era un ateísmo católico, en el que la tradición escolástica contaba tanto como la filosofía moderna (y bastante más que la contemporánea). A Bueno algunos le conocieron como falangista (en los 1940) y otros como marxista (en los 1970). De cualquier proyecto político a él le interesaba su implantación efectiva, y la universalidad de su alcance. Lo mejor: un Imperio. “De no ser por la Iglesia católica, el cristianismo habría sido una secta judía más”, decía. Caídas la Alemania nazi y la URSS, Bueno se las ingenió para argumentar que, en el siglo XXI, España es lo más parecido a un proyecto imperial que les quedaba a los filósofos sistemáticos-materialistas-ateos-católicos.

Nuestro gran clasificador era, por supuesto, inclasificable. Nadie se atrevió a mezclar tantas ideas como Bueno a propósito de tantos temas como tocó en su extensísima obra. Él se presentaba como un “compositor” en un medio académico de “intérpretes y arreglistas”, como el español. Suya fue la reivindicación de la Symploké ontológica (“No todo está relacionado con todo”), el cierre categorial (la verdad de la ciencia no es la correspondencia entre teoría y mundo: es una forma de organización del propio mundo a través de las operaciones del científico), el animal divino (el terror prehistórico ante el animal sin domesticar es el origen del sentimiento religioso), y un largo etc. Aunque Bueno no fue nunca demasiado cuidadoso al citar sus fuentes, muchos lectores adivinaban de dónde bebía. Pero eso no disminuye su mérito componiendo: ni en su generación ni en las siguientes encontramos semejante fusión de estructuralismo y escolástica, análisis lógico y fenomenología. Pretendiendo ser, todo el tiempo, más consistente que cualquiera de sus interlocutores, pues para eso –decía– sirve un sistema.

“Pensar es pensar contra alguien”, sostenía una y otra vez Bueno. Contra el propio Bueno, sin embargo, no ha pensado todavía nadie. Como sucede en cualquier escuela, los estudiosos de su materialismo filosófico suelen ser más arreglistas e intérpretes que compositores. Fuera de su escuela, nadie se ha tomado la molestia por ahora. Lo cual no dice mucho de sus méritos intelectuales. Así somos en España: ¿quién piensa hoy contra Zubiri, García Bacca, Amor Ruibal o García Calvo? Dice bastante, en cambio, de su implantación mundana. Como demuestran los obituarios publicados estos días, Bueno fue muy generoso con quienes se interesaban por su obra. Pero tenía también un talento enorme para excluirlos, si se distraían. Como a menudo le oí repetir a su hijo Gustavo, gestor de tantas de sus empresas académicas, al final “vale quien sirve”. Tan divertido como hiriente en el insulto, arbitrario en sus decisiones, atrabiliario en sus formas, muchos de sus colegas dejaron de tratar a Bueno (y de leerle) simplemente para evitarse disgustos. Yo entre ellos: duré dos números en el consejo editorial de su revista (El Basilisco), sin haber pedido ni entrar ni salir. “No se enfade usted, señor Bueno”, le rogaba el presentador en una de sus incendiarias intervenciones televisivas. “No me haga usted enfadar, que es muy distinto”, le respondía él, airado.

Gustavo Bueno podía enfadarse fácilmente y mucho. Lo cual, de nuevo, no prejuzga nada sobre el valor de sus ideas. El suyo no ha sido el único carácter difícil de la Historia de la filosofía y sus vaivenes políticos no son mayores que los de otras ilustres luminarias del XX. Bueno se quejaba de que él leía a todos sus colegas, pero ninguno le correspondía. Quizá les intimidase intelectualmente. Quizá temiesen su reacción si se atrevían a opinar. O quizá, simplemente, les aburriese. De lo que no se daba cuenta era de que no le pasaba sólo a él. Javier Muguerza, paradigma de la cortesía académica, decía a menudo eso de que “de los libros de los amigos no sólo hay que hablar bien; hay que leerlos”. Yo leí mucho a Bueno cuando era estudiante y sus tesis me parecieron siempre más interesantes que los de cualquier otro de sus coetáneos españoles, aunque sólo sea por menos aburridas/predecibles. Para una generación como la mía, que habla inglés y accede a Internet antes de salir de la Facultad, resultó fácil encontrar por ahí versiones mejores de casi cualquier argumento escrito en español en los últimos cincuenta años. Por una parte, porque somos muchos ya los filósofos de lengua española que usamos directamente el inglés para publicar. Por otro, porque al inglés se traduce más filosofía que a cualquier otra lengua. Entre todo lo que yo he leído, Bueno destacó siempre por la originalidad de sus argumentos.

Pero la originalidad no es todo lo que se debería buscar en un filósofo. Cualquier idea de las que interesaron a Bueno, y en particular todas las que se refieren a las ciencias, están discutidas con infinitamente más información y detalle en el mundo filosófico anglosajón. Tanta información y detalle que difícilmente darán lugar a un sistema tan ambicioso como el que pretendió construir Bueno. Aquí está el reto para su materialismo filosófico: ¿habrá entre sus discípulos algún otro compositor que acierte a ponerlo al día y obtener el eco académico que no obtuvo su fundador? ¿O como en tantos palacios de la antigüedad, los lectores de Bueno irán arrancando piezas de su sistema para levantar sus propios argumentos, ajenos ya a la composición original?

"El universo mudanza, la vida firmeza”, decía Bueno con los estoicos. Quizá algún día una biografía intelectual nos descubra cuánto cambió realmente Bueno en sus seis décadas de escritura académica. Hoy sólo podemos admirarnos de su fecundidad filosófica y recordar los buenos ratos que (a algunos) nos ha hecho pasar con sus diatribas. Si estáis contentos, aplaudid al actor.

{Contextos, agosto de 2016}

13/8/16



David Spiegelhalter, Sex by numbers, London, Profile books, 2015

For many, sex is more about quality than quantity, so David Spiegelhalter’s Sex by numbers may put off many potential readers.  Yet, in sex quantity seems to have a certain quality of its own –or so it claims Brooke Magnanti, invoking the intellectual authority of Stalin. This book has indeed a quality of its own: accuracy. Our folk understanding of sex is full of made up numbers to which we inadvertently stick without further reflection. Checking them out is more complicated that it seems: there are competing sources and we need a certain degree of statistical (and methodological) literacy to assess them properly. Hence, we can only be grateful to have Spiegelhalter, a world-leading statistician, spelling out for us what we really know about the numbers of sex in a clear and accessible manner.

Spiegelhalter is a Bayesian: for him, probabilities measure how strong our beliefs about random events are. This is a technicality that readers may safely ignore, but it explains why the book starts with a credibility ranking of the available figures about sex: numbers we can believe, numbers that are reasonably accurate, numbers that could be out by quite a long way, numbers that are unreliable, and numbers that have just been made up. Evidence in the two first categories will improve our statistical understanding of sex, whereas the remaining three scores will probably mislead us.

Ranking evidence depends crucially on its sources and half of this book is about how social research on sexuality can be properly carried out. Spiegelhalter's paradigm for reliable data is the British National Survey of Sexual Attitudes and Lifestyles (Natsal-3, 2010-2012). This is based on a random sample of face-to-face interviews funded by a private charity, the Wellcome trust -incidentally, the same trust commissioning this book. Spigelhalter spends time discussing the methodology and comparative reliability of his many sources (devoting an entire appendix to Natsal methods) and the crucial choices on which they all depend (e.g., what counts as a sexual partner). He also uses Natsal data in the first few chapters to introduce a number of handy statistical concepts: the mean and the median are important when we wonder about how much sex we are having.

With all these methodological caveats in sight, Spiegelhalter proceeds to inform you about everything you thought you knew about sex, despite not having a reliable source to check. Statistics about partners, heterosexual and homosexual activity, masturbation, reproduction etc. Most of it illustrated with graphics, about which I will make my only formal complaint about the book: in the epub version, sometimes they were not easy to read (despite trying the graphics on various readers). The text instead is delightful to read. Spigelhalter excels at both clarity and wit, both in the best British tradition, even if (or perhaps because) the topic is sex. 

Spigelhalter is cautious, but not shy, in appraising causality through data. Sometimes the evidence makes more likely some explanations of why sex happens the way it does. But often the data are far from conclusive regarding causation and, at best, they just describe what we do (and how often we do it).  Spiegelhalter adopts a good old positivist stance regarding the science of sex and admits at all points what we do not know, keeping it separate from any normative judgment. The most opinionated readers may be displeased by such a sober discourse on sex. The rest of us will be surely enlightened by the quality in the quantity.

{August, 2016}
{Metapsychology}

1/11/12

El oráculo gramatical de Agustín García Calvo



[Escribí este ensayo allá por 1998, intentando poner orden en mis muchas lecturas de nuestro oráculo zamorano. Quise publicarlo en Archipiélago, donde sólo supe que fue considerado "flojo". Sale hoy del cajón, a modo de obituario, en recuerdo de los buenos ratos pasados divagando sobre su obra]

1. Introducción
Agustín García Calvo es autor de una obra singular: para empezar, tan sólo por atribuírsela a su persona, muchos de sus lectores más fieles dirán que nos equivocamos en todo lo que a continuación diremos. Para ellos, como para el propio García Calvo, en los argumentos expuestos en sus Lecturas presocráticas, Contra el tiempo, o cualquier otra de las obras que aquí vamos a comentar, se expresa una razón común irreductible a la del individuo García Calvo o a la de cualquier otro que, llegado el caso, los defendiese. Se dirá entonces que, por pretender lo contrario, estamos presos de nuestro “pensamiento privado”, llenos de pedantería filosófica e ignorantes de las operaciones de tal razón común -aunque sujetos a ella[1]. A éstos, nuestro ensayo quizá ni alcance a divertirles, pero tampoco pretende, desde luego, convencerles.
Nuestras razones para escribirlo son otras. Por una parte, se refieren al interés de la propia obra de García Calvo, y en particular sus ensayos gramaticales, pues es mucho lo que se puede aprender en ellos, aunque no siempre lo que su autor quisiera enseñarnos. En este sentido, se echa en falta una discusión más cuidadosa de su obra por parte de los lingüistas, aunque, obviando ahora otros motivos, es probable que la apariencia especulativa de muchos de sus argumentos gramaticales les retraiga. Quizá un análisis de estas especulaciones como el que aquí proponemos anime a otros a intentarlo.
Por otra parte, si bien García Calvo no es, ni quiere ser, un autor de mayorías, es muy notable la influencia de sus escritos e intervenciones, particularmente entre muchos jóvenes que se ven afectados (!cómo evitarlo!) por aquel embrujo al que se refería una vez Savater[2] hace ya un cuarto de siglo. Quizá éstos, en su indecisión, sí agradezcan una interpretación alternativa de lo que se obra en los argumentos de García Calvo. Y puede, por último, que otros muchos lectores de cualquier edad encuentren en estas páginas ideas que ya ellos mismos desarrollaron en sus propias lecturas, y acaso alguna nueva.
Lo que queremos mostrar en este ensayo es que la pretendida razón común ejercitada por García Calvo en sus escritos encubre una concepción metafísica muy particular del lenguaje,  de la que dimanan sus análisis gramaticales de la Realidad; una concepción que no se defiende sino que se postula oracularmente: lo que hay es lenguaje. A ello sumaremos una breve consideración de las limitaciones de esos análisis, más allá de que se conceda o no la tesis metafísica de partida. De lo primero nos ocupamos en las cuatro secciones siguientes (§§ 2-6), y de lo segundo en las dos restantes (§§ 7-8). Puesto que nuestra intención es más ilustrativa que concluyente –sería imposible agotar la obra de García Calvo en unas pocas páginas-, nos concentramos en la crítica del núcleo gramatical de sus análisis, i.e., la estructura de la frase, y nos referimos en cada sección a textos breves para facilitar su consulta. El argumento comienza aquí.

2. Planteamiento de la discusión: Realidad/lenguaje
Iniciamos nuestro análisis considerando, por ejemplo, uno de los capítulos de una de las últimas obras especulativas de García Calvo, el tratado De Dios[3], a partir de lo que allí encontramos sobre la Realidad y el lenguaje.
La Realidad (por respetar las mayúsculas que el propio autor emplea) sería “el mundo de los significados”, el tesoro léxico de una lengua, o también ideas o entes semánticos aparentemente constituidos por “conjuntos de notas finitos y permanentes”. Pero la Realidad se vería afectada a cada acto de habla, en el que aparecerían nuevas notas que impedirían el “cierre” del vocabulario, y así también el de la definición de cada una de sus palabras semánticas. A la particularidad del vocabulario de cada lengua (a su Realidad) le correspondería en el lenguaje o razón común un “lugar vacío”, un “dispositivo en blanco”: es decir, no habría universales semánticos como sí los habría sintácticos, y por tanto no habría tampoco una Realidad en sí correlativa a la Realidad de cada lengua.
Por escaso que resulte, esto es todo lo que encontraremos en este séptimo capítulo sobre Realidad y lenguaje. A lo largo de la obra no hallaremos más que algunas indicaciones adicionales a este propósito, eso sí dispersas entre abundantísimas digresiones filológicas o gramaticales. No es obviamente su objeto, y es cierto que García Calvo sí apunta ocasionalmente algunos otros ensayos suyos donde se desarrolla este análisis.
Nuestra tesis aquí es que aun con estos análisis la tesis que nos presenta en este capítulo resulta literalmente ininteligible o, a lo más, un juego de evocaciones o sugerencias que serán interpretadas de modo más o menos aleatorio dependiendo de la formación del lector o de sus circunstancias anímicas. En el mejor de los casos, aquél en el que García Calvo sostiene su argumento, el lector lo entendería porque en él, en tanto que hablante, operaría también esa razón común que nos descubriría la mentira de la Realidad, i.e., la imperfecta definición  de su vocabulario[4].  
Por tanto, de ser este el caso, nosotros estaríamos tergiversando aquí la propia argumentación de la obra al referirla a un autor (Agustín García Calvo, Catedrático Emérito de la Universidad Complutense, etc.), y a su vez estaríamos también imposibilitados para entenderla por hablar desde nuestra condición personal, sin apercibirnos de la falsedad de las ideas a las que apelamos, etc..
Mas no creemos que esto ocurra: entendemos más bien que esa contradicción Realidad/lenguaje que García Calvo denuncia no se demuestra, como él pretende, sino que se postula. Los argumentos que, en apariencia, la descubren, dependen de la aceptación previa de esa misma dicotomía, de la que García Calvo parte pretendiéndola evidente. Pero, a nuestro entender, no lo es en absoluto.
Demostrar esto nos obligaría, en principio, a emprender una interpretación de la extensa obra del autor, y en particular de sus ensayos gramaticales. Muchos entenderán, en efecto, que es imprescindible toda ella para dar cuenta de esta contradicción que aquí apuntamos: no podrían faltar ni sus lecturas presocráticas, ni sus disquisiciones contra el tiempo, ni sus opúsculos políticos, ni, por supuesto, sus volúmenes Del lenguaje y De la construcción -y habría quien extendiese esta relación a su obra poética, a su teatro, etc.-.
Pero entendemos, por contra, que lo más valioso o mejor argumentado de sus ensayos se encuentra en torno a sus análisis de la estructura de la frase: de ellos dimana el enunciado más preciso de esta contradicción lenguaje/Realidad; ellos sostienen también tanto su formulación de las paradojas de Zenón o Heráclito como sus otros estudios filosóficos; y a estos análisis se adecua también un buen número de capítulos de sus obras lingüísticas (aunque su aportación diste mucho de reducirse a ellos). Articularemos, entonces, este comentario en torno a unos cuantos ensayos breves donde se encuentran ejemplarmente expuestos estos análisis, facilitando así su discusión. Quede después para el lector más curioso verificar si nuestras objeciones se extienden también al resto de la obra del filólogo zamorano.
3. Realidad/lenguaje o Semántica/gramática
Abandonemos, entonces, De Dios, y vayamos sobre uno de los artículos a los que en él se nos remite, las Tentativas...[5], ejemplar a estos efectos por su claridad y concisión. Allí, en efecto, aparece delineada la oposición semántica/gramática, reformulada luego como Realidad/lenguaje. La oposición como tal no se discute o analiza: tan apenas se modula mostrando que en algunos casos no es dicotómica, pero se parte del supuesto de que sí lo sería cuando de la  predicación se trata. I.e., la predicación sería “el acto asemántico por excelencia”, pues la operación o acto que se efectúa al decir -“pues predicación no es otra cosa que acción de decir o puesta en juego del mecanismo de la lengua”- desaparecería al nominalizarse, convirtiéndose en un semantema,  su sentido -“la operación que el acto de hablar realiza”. Como se mostró después en el primer volumen Del lenguaje, el sentido estaría depositado en la prosodia de la frase, en alguna de sus modalidades[6]. Por tanto, la oposición semántica/gramática se nos mostraría canónicamente en la dicotomía predicación (acción lingüística, sentido)/ significado.
¿Pero por qué la predicación sería como tal “asemántica”? En buena parte, creemos, porque la significación se haría consistir en la sola “identificación de un término del sistema léxico de la lengua con otro término” (Tentantivas..., p.42) y el vocabulario, a su vez, se entendería como un dominio ontológicamente exento. La predicación, considerada acaso como canon de las operaciones lingüísticas, se entendería ajena a la constitución del significado pues éste aparecería por “abstracción” a partir de aquélla, sin que García Calvo se extienda en explicaciones de esta operación abstractiva. De este modo, se cierran las Tentativas... con un aparente dilema que se ofrece ante nuestro autor y sus lectores, donde se evidencian ya sus opciones ontológicas: o “el contexto extralingüístico” está “lingüísticamente organizado” o no lo está, y es “algo no sabido ni ordenado”. Es decir, se resuelve la omnitudo rerum -de la que se separa el lenguaje- en “contexto extralingüístico” y se da a elegir entre una configuración lingüística (o bien semántica, o bien gramatical) y la ausencia de cualquier otra configuración.
Pese a la densidad argumental de este artículo, como la de tantos otros ensayos de García Calvo, se dan por resueltas sin discusión sus opciones fundamentales. Pues, como decíamos anteriormente, la cuestión no es si aceptamos o no la originalidad del  esquema frástico unimembre o si son ocho o diez sus modalidades (prosódicas) elementales. A la aceptación de estas tesis no va inevitablemente aparejado un compromiso con aquellas otras de García Calvo acerca de la significación o el mundo, como quizá él mismo da a entender.
4. Gramática y ontología
Acaso el nexo más sólido entre el análisis gramatical y la ontología (la tesis sobre la configuración lingüística del mundo) se encontraría en el argumento que nuestro autor nos ofrece en la discusión de las contradicciones presocráticas -zenonianas o heraclíteas-, y de éstas no se siguen las conclusiones que pretende García Calvo mas que si partimos de la dicotomía Semántica/gramática.
El análisis que García Calvo emprende de éstas es declaradamente gramatical, como se muestra con especial claridad -valga este ejemplo como cualquier otro de su obra- en una de las sesiones de discusión desarrolladas por los años setenta en la Universidad de Lila,  transcrita luego en sus Lecturas presocráticas[7]. Allí comenta, por ejemplo, el cuarto fragmento de Zenón atendiendo a “la implicación física de la aporía con la evidencia gramatical”:
Lo que se mueve no se mueve ni en el lugar donde está ni en el lugar donde no está (ni allí donde se encuentra ni allá donde no se encuentra).
García Calvo ensaya una interpretación a partir del enunciado “el móvil, no se mueve”. “El móvil”, indica, sería el sujeto o thêma y “no se mueve” el predicado o érgon. De acuerdo con el análisis expuesto en las Tentativas..., “el móvil” se referiría a un elemento del vocabulario de nuestra lengua, mientras que el predicado -la acción verbal- tendría su sentido expreso en la correspondiente modalidad frástica (de la que aquí nuestro autor no se ocupa). Le basta con la constatación de que el sujeto sería el término inactivo (el ser, dice, o ente semántico) y por tanto netamente distinto del predicado, término activo, cuya acción no cabría referirla al “móvil” sin quebrar la estructura bimembre de la frase (sus dos bloques de simultaneidad): si se tomase la parte activa “no se mueve” para referirla a la parte pasiva “el móvil”, en ese momento aquélla dejaría de ser érgon pasando a ser thêma de una nueva frase. El sentido se transformaría en significado.
Aquí se mostraría “la contradicción entre la pretensión de que pasen cosas y la de que esas cosas tengan un nombre o estén constituidas como ideas” (p.129), que cabría parafrasear como la contradicción entre que el mundo tenga una configuración semántica (que se supone inmutable) y que en él se den acciones (verbales).
Es decir, que García Calvo impugna la primera de las opciones del dilema con el que cerraba sus Tentativas... atendiendo a la oposición anteriormente formulada entre semántica y gramática: pese a que lo conocemos a través de nuestro vocabulario, el mundo no puede estar configurado semánticamente, pues la propia acción del lenguaje nos mostraría que esa configuración es contradictoria: no habría ideas en el mundo en el que se habla, donde se actúa -como, en rigor, no habría acción en el mundo del que se habla.
Mas, como decíamos antes, debe advertirse que esta interpretación de la disyuntiva es  consecuencia (y no causa) de la oposición anterior entre semántica y gramática, sobre la que nada se nos dice aquí tampoco. García Calvo asume que la realidad está semánticamente configurada por la sencilla razón de que la realidad sería tan sólo el vocabulario de cada lengua. Ahora bien, como nuestro autor entiende, por obra de la dialéctica, que el vocabulario no agota lo que hay en el mundo, aquello que no es vocabulario sería... gramática. Por tanto, todo ello se nos debe mostrar en el discurso, de modo que nos encontraremos reformulada la dicotomía en la estructura de la frase: el sujeto sería la semántica, y el predicado, la acción gramatical.
Advirtámoslo, si la lectura gramatical de la paradoja zenoniana tenía sentido físico era porque previamente se había supuesto que la física (la Realidad) no es más que el vocabulario (griego o castellano), y el movimiento era, a su vez, el propio decurso de la acción lingüística. Si García Calvo pudo resolver el dilema con el que cerraba sus Tentativas... era porque sencillamente parte del postulado de que todo –la Realidad y lo que no lo es, si cupiese totalizarlo- es lenguaje.
5. El gramático y el oráculo
Con todo ello no estamos diciendo que García Calvo pida el principio en su argumento. Más bien es que lo ignora, no se preocupa de explicar qué se quiere decir con que todo es lenguaje, concentrándose, en cambio, en el análisis gramatical donde ya está supuesto lo que debiera demostrarse. Toda objeción contra estos análisis es inútil, puesto que los argumentos que se puedan ofrecer en contra incluirán, con toda probabilidad, oraciones bimembres como las que acabamos de considerar, i.e., se referirán a la Realidad, y serán, por tanto, falsos.
Pero ello es a costa de reducir  cualquier argumento, y por extensión la realidad toda, a la oposición thêma/érgon: el contenido del argumento, o las cosas mismas, serían semántica, y su lógica, cualquiera que fuese, sería gramatical. Pero entendemos que ello no basta para dar cuenta críticamente de construcción alguna. Si García Calvo lo consigue es a costa de despreciar como insignificante o trivial extensísimos episodios de la Ciencia o el Estado: átomos, elementos químicos, células, organismos, especies, fratrías, monarquías, democracias.... todo esto serían nombres, semántica, y por tanto falsos; respecto a la organización del átomo, de cualquier elemento químico, de las células..., se dirá que su única lógica es gramatical. Pues lo que hay es lenguaje, y ese es el postulado del que, para García Calvo, se debe partir.
Muchos pensarán, desde luego, que no es ésta una tesis postulatoria, puesto que no son pocos sus defensores en este siglo -para unos, algún Wittgenstein, para otros, Whorf, etc.. Pero advirtamos que no cabe yuxtaponer los argumentos de ninguno de éstos a los de García Calvo, pues la sabiduría de nuestro autor se nos ofrece en contra de filósofos y científicos, incluidos aquellos que quisieron probar tesis análogas.  Al hacerlo, habrían reducido el lenguaje a una idea de sí mismo, da igual si científica o filosófica, pues lo cierto es que ya no sería el mismo que se expresa por boca de nuestro Heráclito[8].
La ausencia de otros argumentos que no sean los gramaticales para justificar ese desprecio engendra, creemos, la apariencia oracular de sus mensajes. Pues García Calvo no sería un filósofo, cosa que él mismo asume, pero tampoco será sólo un buen gramático: García Calvo es, en los más de sus escritos e intervenciones, un oráculo. Adviértase, sin embargo, que ésta no es una calificación intrínsecamente despectiva: la sabiduría gnómica u oracular ha acompañado secularmente a la filosofía, fundiéndose con ella con relativa frecuencia, pero no por ello debe menos el filósofo debelarla.
6. La absorción del mundo en el lenguaje
Quizá  se entienda mejor esta objeción si consideramos uno de los ensayos donde García Calvo más se aproxima al género de discusiones que consideramos filosóficas, que curiosamente es uno de los más antiguos publicados : “Estalín acerca del lenguaje” (datado entre 1958 y 1969) [9], donde discute la conocida refutación de las ideas de Marr sobre el lenguaje que Stalin efectuó en los años cincuenta. Dos son los aspectos que nos interesan de este ensayo: por una parte, es uno de los pocos en los que García Calvo da cuenta celosamente de las alternativas que discute en los propios términos en que están expuestas; por otra parte, y acaso tenga que ver con lo anterior, no introduce el análisis gramatical que aquí hemos ejemplificado, pero sí apela a la oposición más general thêma/érgon.
En efecto, tras una pulcra exposición comentada de la dicotomía, García Calvo pretende disolver en sus mismos fundamentos la distinción marxista base/superestructura:
[I]nsinuamos que todo medio de producción es a su vez lingüístico en tal sentido, que toda producción artificial o humana constituye una reflexión lingüística, que el homo faber es idéntico con el homo loquens. (p.36)
El alcance de este insinuación se desarrolla en cuatro cláusulas, de las que destacamos la última:
Como lengua en sentido sosiriano, como sistema de signos total, vigente, organiza y sistematiza todo, la sociedad usuaria del sistema y el mundo pretendidamente exterior, pero que en realidad le pertenece; y es así como igualmente da su ser a lo que no lo tiene, ya que el supuesto mundo exterior a la organización y al sistema no puede tener más ser que el de un mero flatus uocis, y en modo alguno se puede reconocer como siendo realmente algo aquello que se proclama al mismo tiempo incognoscible por definición. (p.37)
De la constatación de cómo la lengua media en el desarrollo de otras operaciones humanas (“como código de comunicación”), coadyuvando a su ejecución en un sentido que desbordaría con mucho la teoría epistemológica del reflejo defendida por el materialismo dialéctico soviético, García Calvo pasa a postular él mismo un Diamat invertido: en él los contenidos de la conciencia no reflejarían la dialéctica de los acontecimientos del mundo, sino que el mundo se resolvería por “abstracción” (p.38) en una imagen especular de los conflictos dialécticos de la lengua. Pero así como el Diamat -cuyas opciones, advirtámoslo, en absoluto asumimos- se forjó como una opción filosófica en minuciosa disputa con otras tantas epistemologías de los siglos XIX y XX, las tesis de García Calvo se nos ofrecen postulatoriamente apelando a su presunta evidencia (“se proclaman”), aunque, en realidad, no sean menos deudoras de otras tantas lecturas filosóficas por más que éstas no se citen.
El interés de estos pasajes se encuentra, por tanto, en mostrar cómo un García Calvo disminuido de registros oraculares y más cercano a los argumentos ajenos, obtiene conclusiones análogas a las de su obra ulterior sin mediar digresión gramatical alguna. Basta con postular la absorción de la omnitudo rerum en la lengua, declarando el resto incognoscible para borrar la distinción marxiana o cualquier otra que se oponga. 
7. La absorción del lenguaje en el mundo
Pero esto tiene un grave inconveniente que habrán apreciado sin duda muchos lectores de García Calvo, incluidos los más tempranos. Absorber el mundo del que hablamos en la lengua obliga a dar cuenta con ésta de todos sus fenómenos, obligando al gramático a ingeniar explicaciones tan artificiosas como traicioneras. Si volvemos al capítulo del De Dios, que comentábamos al principio, nos encontraremos con un buen ejemplo en sus disquisiciones sobre la aritmética y la geometría -desarrolladas desmedidamente antes en su monumental Contra el tiempo[10].
Allí se nos ofrece, entre otras cosas, una genealogía gramatical de los números: originalmente habrían sido una clase de cuantificadores, sin contenido semántico, que se habrían “cosificado” -i.e., se habrían convertido en parte de la Realidad, ajena a la gramática- al desarrollarse los cálculos matemáticos “al servicio de la Ciencia” (p.239). Los ejemplos que García Calvo menciona, sin desarrollarlos, son particularmente complicados (el cálculo infinitesimal, la geometría algebraica), pero indica también uno mucho más simple y no menos interesante que aquí vamos a comentar: la invención del cero en la escritura aritmética, al elevarse a significado la notación del lugar donde no hay cifra alguna (p.245).
Lo que en De Dios no es más que una indicación lapidaria se encuentra desarrollado mucho antes en un opúsculo suyo no demasiado conocido, De los números[11]. En un breve excurso sobre la condición gramatical del número (pp.118-ss), se nos explica cómo operarían a partir de su aparición en enunciados tales como “Los convidados son 13”: no añadirían notas a la comprensión del sujeto, pero tampoco serían un elemento semántico intercambiable con él -pues “los convidados” no querría decir “13”. Al decir “los convidados son 13” se constataría “la correspondencia entre las sucesivas veces de aplicación del concepto ‘convidado’ a ellos y el tramo de la serie de los índices numéricos que termina con el 13” (p.119). Esta sería una serie ordinal, una escala de índices destinada a definir la extensión de los conceptos, común a todas las lenguas “que participen de números propiamente dichos” (p.122).
Por tanto, sería “un mero abuso terminológico tomar ‘0’ como un número y, al hacerlo así, según las ideas de los que tal hacen, considerarlo como un objeto conceptualmente definido” (p.129), pues como signo indicaría solamente que “no hay”. No podría referirse a cosa alguna “pues para ello tendría que haber un concepto al que esa cosa perteneciera, y ese concepto sería el de ‘lo que no hay’”, que no sería un concepto pues la auténtica negación, en la gramática de García Calvo, no podría servir para definir positivamente (por exclusión) un concepto -a riesgo de positivizar o dar contenido semántico a predicaciones unimembres en las que ésta interviene.
Convendría primeramente examinar el fundamento de la distinción entre ordinalidad y cardinalidad. Pues García Calvo no pretende que la cardinalidad surja del solo paso del término 13 a sujeto de una frase bimembre. Opera más bien in medias res a partir de formulaciones ya de apariencia aritmética como a+a=2a, que él propio García Calvo se cuida de reinterpretar: ni ‘a’ sería una constante algebraica, ni ‘+’ la adición aritmética, ni ‘2’ miembro alguno de un conjunto numérico. Las dos menciones de ‘a’ serían el contenido de dos bloques de simultaneidad entre los que el signo ‘+’ haría las veces de coma mientras que ‘=‘ operaría como el “eje o corte de las predicaciones de tipo S-P”. Finalmente, ‘2a’ sería un tercer bloque de simultaneidad en el que ‘2’ no sería un índice numeral del tipo de los anteriormente descritos, sino un cardinal in fieri:
Se ha sacado la cuenta, no ciertamente de las ‘aes’, sino de las veces del único y mismo ‘a’. Es entonces cuando, al aparecer la idea ‘dos veces ‘a’’ aparece por primera vez el número cardinal 2. (p.30)
García Calvo no se arredra ante el caso “a+b=2x”, donde ‘x’ sería el resultado de contar “las veces de aplicación de una misma nota  (que en ello se reconoce como la misma) a situaciones diferentes” (p.49). Es decir, se evacuarían los contenidos algebraicos o aritméticos de la fórmula para proceder a su análisis gramatical según el esquema anteriormente esbozado: de una secuencia ordinal de signos -actos de producción- asemánticos se pasaría predicativamente a una ideación de la misma.
Encontramos aquí no una extensión infundada del análisis gramatical de nuestro autor, cuanto una expresión más de su misma estrategia analítica. Pues lo esencial tanto en el caso lingüístico ordinario como en este otro, de apariencia matemática, es que desde un dominio que se dice falto de configuración semántica se obtiene -apelando a la “abstracción” cual deus ex machina- la Realidad como producto lingüístico. Y así como en el ejemplo lingüístico “Hay ladridos” se nos pide que desconectemos “ladridos” de cualquier experiencia (semántica) del mundo del  que se habla para interpretarlo de acuerdo a la melodía que expresaría su sentido (que no el ladrido del perro), en el caso de “a+a” debiéramos evitar nuestra experiencia aritmética para atenernos a la noción formal de bloque de simultaneidad (vez). Pero, puestos a suspender el juicio, a ignorar lo que sabemos, ¿por qué debiéramos interpretar ‘=’ como marca predicativa y no como una nueva interrupción del decurso melódico? ¿Y por qué no luego ‘2a’ como dos nuevos elementos rítmicos, puesto que su yuxtaposición es meramente visual y en el decurso verbal aparecen como tales? ¿Por qué, en fin, ajustar esta fórmula a la estructura frástica que García Calvo nos propone, si no es para poder obtener la fórmula de la frase? Más bien diríamos que con la “abstracción” se reintroduce simplemente aquello de lo que ya se partía aparentando que antes no estaba.
8. La oscuridad del lenguaje sin el mundo
Cabría, por otra parte, preguntar (sin encontrar respuesta en el De los números o luego en Contra el tiempo) qué más nos aporta la Gramática así entendida en el análisis de las construcciones matemáticas. ¿Cómo opera, por ejemplo, la razón común para obtener una estructura de grupo en un conjunto numérico a partir también de la operación adición/abstracción? No se sabe muy bien si acaso éstas serían ya minucias semánticas (Ciencia/Teología) de las que García Calvo no tendría por qué ocuparse.
A este respecto ilustremos, finalmente, el caso del 0 al que antes nos referíamos. Ello nos obliga a dejar la obra del Heráclito zamorano, pero, por fortuna, contamos en nuestra lengua con un magnífico estudio que será sin duda conocido por los lectores de Archipiélago: el ensayo de Emmánuel Lizcano Imaginario colectivo y creación matemática.[12]
Entre los muchos análisis de interés que incluye, se cuenta un estudio sobre la aparición del cero en la resolución de ciertos sistemas de ecuaciones en la matemática china, tal como se documenta en textos datados alrededor de los primeros siglos de nuestra era. Sumariamente, diremos que los sistemas de ecuaciones se planteaban disponiendo en forma matricial palillos sobre una superficie -como, por ejemplo, un tapiz- representando, según un sistema decimal y posicional, lo que serían hoy los coeficientes de las incógnitas. A partir de esta disposición, los textos recogen ciertas reglas de manipulación de los palillos que conducen a la resolución de las ecuaciones prefigurando el que muchos siglos después sería el denominado método de Gauss. Pues bien, uno de los aspectos más notables (y no el que más) de este método era que suponía operar con el cero, número para el que no se disponía de representación con los palillos. El cero aparecía en el curso de las manipulaciones al desaparecer todos los palillos de una posición quedando vacía. Por abreviar el sutil y fecundo análisis de Lizcano, el wu con el que se refieren al cero algunos de los comentaristas del método plantea singulares dificultades de traducción: “es una partícula negativa que puede traducirse por ‘no’, ‘sin’, ‘no haber’, ‘no tener’, o por los sufijos privativos/negativos ‘a-’, ‘in-’,... (así wu jiang significa ‘i-limitado’)” (p.90).
Lo que nos importa aquí no es tanto la discusión filológica de si se ha semantizado una partícula que antes carecía de significado, o si en el uso común wu es aquí intercambiable por ‘hueco’ o ‘vacío’. Lo que importa es que la referencia a ese hueco o vacío no tendría valor matemático alguno por sí mismo y, de hecho, muchos intérpretes dudan de que el hueco sea como tal un cero aritmético. Pero, sin embargo, y éste es uno de los hallazgos de Lizcano, es obligado interpretarlo así si atendemos a cómo queda determinado este hueco por las propias reglas de representación y manipulación con palillos, y no ya por la estructura frástica de su formulación.[13]
Dicho de otro modo, la semantización de esa partícula sería indisociable de su uso en unos contextos operatorios (por lo demás, tan cotidianos en China como alejados de lo que entendemos por Ciencia o Razón común) que son los que dotan  al wu de contenido matemático. Contextos operatorios en los que media, desde luego, la formulación verbal de unas reglas que rigen las operaciones con los palillos, pero -y aquí está el desafío- ¿cuál sería su contenido matemático si las tomásemos una a una y analizásemos la semántica de sus términos, desentendiéndonos de lo que efectivamente se hace con los palillos?
Cualquiera que enfrente el problema con un mínimo de rigor (y para “no hacer trampa” lo mejor sería partir de una traducción donde las reglas aparezcan tan perfectamente polisémicas como son en chino, y sin la formulación algebraica occidental al lado [14]), verá cómo un análisis como el que García Calvo nos propone del cero no va más allá de un mero comentario de la etimología de ‘cero’ interpretada en las coordenadas de su dicotomía Realidad/lenguaje, en el que la enorme complejidad de la historia de la cifra se desprecia por insignificante. Si esto es así con el 0 -y discúlpesenos que huyamos de la prolijidad del comentario-, ¿qué decir del resto de cábalas matemáticas que llenan De los números o Contra el tiempo?
9. Final
¿Qué hemos querido probar con todo esto? Más que probar, hemos intentado ilustrar cuál es el núcleo gramatical en el que se apoyan los análisis de García Calvo (la oposición de la Realidad al lenguaje), y mostrar, por una parte, que los argumentos de García Calvo dimanan de uno que tan apenas se justifica –aunque muchos estén dispuestos a aceptarlo: todo es lenguaje. Por otra parte, hemos querido apuntar cómo, aun en el caso de aceptar sus tesis gramaticales, es muy poco lo que con ellas podemos saber del mundo, a menos que vayamos diluyendo el mundo en la gramática, en lo cual perdemos algo más que un residuo. En la medida en que este artículo es del todo inconmensurable en su extensión con el conjunto de la obra de García Calvo, no puede ser concluyente, pero, como ya dijimos, tampoco lo pretendíamos.
Quizá alguien haya echado en falta la consideración de la obra política de García Calvo, la más conocida para muchos de sus lectores. Habrá incluso quien afirme que, obviando ésta, no podremos entender nada sobre lo que García Calvo quiere decirnos. Nuestra posición es justamente la inversa: lo poco que se puede entender de su obra política es precisamente aquello que dimana de lo que aquí se ha expuesto. El resto es más bien un centón, declamado muy solemnemente, cuyo éxito radica en que por su propia indeterminación semántica, cada cual podrá interpretarlo como su razón le dé a entender –eso sí, convencido siempre de estar en una verdad común.
Es posible  que muchos juzguen este artículo a partir de este último párrafo, pero puede también que otros tantos acaben compartiéndolo después de leerlo. Como dijo el Oscuro, ajuste inaparente, mejor que el aparente.



[1] En el espíritu del conocido fragmento de Heráclito: “Que para los que están despiertos hay un mundo u ordenación único y común, mientras que de los que están durmiendo cada uno se desvía a uno privado y propio suyo” (fragmento 89 de la edición Diels-Kranz, y quinto de la del propio García Calvo, Razón Común. Lecturas Presocráticas II, Lucina, Madrid, 1985)
[2] "Tras frecuentarle [a García Calvo] los filósofos modernos parecen histriones o alucinados; su prosa puede llegar a ser un veneno paralizador, pues cabe la tentación de suspender el propio pensamiento y esperar a que él piense nuestros temas o dé forma a nuestras angustias." (F. Savater, "El pensamiento negativo: del vacío a los mitos", artículo recogido por M.A.Quintanilla en la primera edición de su Diccionario de Filosofía contemporánea, Sígueme, Salamanca, 1979)
[3] De Dios, Lucina, Zamora, 1996
[4] “Pues yo, mientras no se me refiera a algún puesto, cargo, sector o fechas de la Realidad ni se me fije por lo menos en una etiqueta de Nombre Propio o Número de Identificación,
                mientras no sea más que el que esté hablando y diga acaso ‘Yo’, ‘me’, ‘voy, ‘pienso’,
                no soy ciertamente nadie determinado,
                no soy una persona o cosa de la Realidad,
                y, por mucho que sea yo la Primera Persona Gramatical, en modo alguno se puede pretender que exista.” (De Dios, p.253)
[5] “Tentativas para precisar la imprecisión del uso de los términos significación, denotación y sentido, metalingüístico y abstracto, pragmático y modal”,  Revista Española de Lingüística 2, 1972, pp.145-67. Reeditado después en Hablando de lo que habla. Estudios de lenguaje, Lucina, Zamora, 1989, pp.33-56, por donde citamos.
[6] Del lenguaje, Lucina, Madrid, 1979, en particular del capítulo III en adelante. La cuestión de la sintaxis de la frase está ampliamente estudiada después en De la construcción (Del lenguaje II), Madrid, Lucina, 1983.
[7] “De una sesión en la Universidad de Lila”, en Lecturas presocráticas, Lucina, Madrid, 1981, pp.168-182.
[8] Sobre este particular, cf. la voz “Lenguaje” redactada por García Calvo para la Terminología científico-social (Anthropos, Barcelona, 1988) editada por R.Reyes y recogido luego en el ya citado Hablando de lo que habla. Por ejemplo, “Así es que se pueden hacer con el lenguaje una de dos: o bien se le toma como una cosa entre las cosas, y en este caso, diversas disciplinas, más o menos científicas se ocupan de él (...) o bien se deja que él recoja (en grabación, en escritura, en la memoria) un tramo de lo que él mismo ha producido, y examinándolo, trate en primer lugar de tomar conciencia de los elementos, discontinuos y abstractos, que lo forman y de sus relaciones en la sucesión (...)”
[9] Publicado en Lalia. Ensayos de estudio lingüístico de la sociedad, Siglo XXI, Madrid, 1973, pp.23-38.
[10] Véase, por ejemplo, el “Ataque 13” incluido en Contra el tiempo, Lucina, Zamora, 1993,
[11] De los números, La Gaya Ciencia, Barcelona, 1976.
[12] E.Lizcano, Imaginario colectivo y creación matemática. La construcción social del número, el espacio y lo imposible en China y en Grecia,Gedisa-UAM, Barcelona, 1993.
[13] Dice Lizcano: “Lo que define al cero-wu no es su ser o su no-ser, sino su relación, el modo singular en que opera sobre otros números/nombres. Concretamente, lo que hoy llamaríamos su función de elemento neutro del grupo aditivo de los enteros {Z,+}, si por tal entendemos el conjunto de los números/nombres zheng, los fu y wu, dotados de la operación adición sustracción.” (Op.cit., p.105) Pero para descubrirlo, debe desarrollarse un análisis de las operaciones con los palillos y el tapiz tal como Lizcano nos lo propone en el capítulo II de su ensayo.
[14] A partir de la sola formulación que ofrecemos (la traducción que nos ofrece Lizcano), sin conocimiento de la disposición de los palillos sobre el tapiz, etc., øquién podrá deducir que se trata de reglas que determinan una estructura algebraica? Así, pruébense a interpretar las siguientes reglas sobre la adición: (1ª), “Los [palillos] de nombres diferentes se contraen mutuamente”; (2ª), “Los [palillos] del mismo nombre se acrecientan mutuamente”; (3ª), ”Si un [palillo] positivo no tiene a qué enfrentarse (wu ru) se positiviza”; (4ª), “Si un [palillo] negativo no tiene a qué enfrentarse (wu ru)  se negativiza”. La solución en Lizcano, op.cit., p.88.

{Inédito, 1998}