[Escribí este ensayo allá por 1998, intentando poner orden en mis muchas lecturas de nuestro oráculo zamorano. Quise publicarlo en Archipiélago, donde sólo supe que fue considerado "flojo". Sale hoy del cajón, a modo de obituario, en recuerdo de los buenos ratos pasados divagando sobre su obra]
1.
Introducción
Agustín
García Calvo es autor de una obra singular: para empezar, tan sólo por
atribuírsela a su persona, muchos de sus lectores más fieles dirán que nos
equivocamos en todo lo que a continuación diremos. Para ellos, como para el
propio García Calvo, en los argumentos expuestos en sus Lecturas
presocráticas, Contra el tiempo, o cualquier otra de las obras que
aquí vamos a comentar, se expresa una razón común irreductible a la del
individuo García Calvo o a la de cualquier otro que, llegado el caso, los
defendiese. Se dirá entonces que, por pretender lo contrario, estamos presos de
nuestro “pensamiento privado”, llenos de pedantería filosófica e ignorantes de
las operaciones de tal razón común -aunque sujetos a ella[1]. A
éstos, nuestro ensayo quizá ni alcance a divertirles, pero tampoco pretende,
desde luego, convencerles.
Nuestras
razones para escribirlo son otras. Por una parte, se refieren al interés de la
propia obra de García Calvo, y en particular sus ensayos gramaticales, pues es
mucho lo que se puede aprender en ellos, aunque no siempre lo que su autor
quisiera enseñarnos. En este sentido, se echa en falta una discusión más
cuidadosa de su obra por parte de los lingüistas, aunque, obviando ahora otros
motivos, es probable que la apariencia especulativa de muchos de sus argumentos
gramaticales les retraiga. Quizá un análisis de estas especulaciones como el
que aquí proponemos anime a otros a intentarlo.
Por
otra parte, si bien García Calvo no es, ni quiere ser, un autor de mayorías, es
muy notable la influencia de sus escritos e intervenciones, particularmente
entre muchos jóvenes que se ven afectados (!cómo evitarlo!) por aquel embrujo
al que se refería una vez Savater[2] hace
ya un cuarto de siglo. Quizá éstos, en su indecisión, sí agradezcan una
interpretación alternativa de lo que se obra en los argumentos de García Calvo.
Y puede, por último, que otros muchos lectores de cualquier edad encuentren en
estas páginas ideas que ya ellos mismos desarrollaron en sus propias lecturas,
y acaso alguna nueva.
Lo
que queremos mostrar en este ensayo es que la pretendida razón común
ejercitada por García Calvo en sus escritos encubre una concepción metafísica
muy particular del lenguaje, de la que
dimanan sus análisis gramaticales de la Realidad; una concepción que no se
defiende sino que se postula oracularmente: lo que hay es lenguaje.
A ello sumaremos una breve consideración de las limitaciones de esos análisis,
más allá de que se conceda o no la tesis metafísica de partida. De lo primero
nos ocupamos en las cuatro secciones siguientes (§§ 2-6), y de lo segundo en
las dos restantes (§§ 7-8). Puesto que nuestra intención es más ilustrativa que
concluyente –sería imposible agotar la obra de García Calvo en unas pocas
páginas-, nos concentramos en la crítica del núcleo gramatical de sus análisis,
i.e., la estructura de la frase, y nos referimos en cada sección a textos
breves para facilitar su consulta. El argumento comienza aquí.
2.
Planteamiento de la discusión: Realidad/lenguaje
Iniciamos
nuestro análisis considerando, por ejemplo, uno de los capítulos de una de las
últimas obras especulativas de García Calvo, el tratado De Dios[3], a
partir de lo que allí encontramos sobre la Realidad y el lenguaje.
La Realidad
(por respetar las mayúsculas que el propio autor emplea) sería “el mundo de los
significados”, el tesoro léxico de una lengua, o también ideas o entes
semánticos aparentemente constituidos por “conjuntos de notas finitos y
permanentes”. Pero la Realidad se vería afectada a cada acto de habla,
en el que aparecerían nuevas notas que impedirían el “cierre” del vocabulario,
y así también el de la definición de cada una de sus palabras
semánticas. A la particularidad del vocabulario de cada lengua (a su
Realidad) le correspondería en el lenguaje o razón común un
“lugar vacío”, un “dispositivo en blanco”: es decir, no habría universales
semánticos como sí los habría sintácticos, y por tanto no habría tampoco una Realidad
en sí correlativa a la Realidad de cada lengua.
Por
escaso que resulte, esto es todo lo que encontraremos en este séptimo capítulo
sobre Realidad y lenguaje. A lo largo de la obra no hallaremos más que algunas
indicaciones adicionales a este propósito, eso sí dispersas entre
abundantísimas digresiones filológicas o gramaticales. No es obviamente su
objeto, y es cierto que García Calvo sí apunta ocasionalmente algunos otros
ensayos suyos donde se desarrolla este análisis.
Nuestra
tesis aquí es que aun con estos análisis la tesis que nos presenta en este
capítulo resulta literalmente ininteligible o, a lo más, un juego de
evocaciones o sugerencias que serán interpretadas de modo más o menos aleatorio
dependiendo de la formación del lector o de sus circunstancias anímicas. En el
mejor de los casos, aquél en el que García Calvo sostiene su argumento, el
lector lo entendería porque en él, en tanto que hablante, operaría también esa razón
común que nos descubriría la mentira de la Realidad, i.e., la imperfecta
definición de su vocabulario[4].
Por
tanto, de ser este el caso, nosotros estaríamos tergiversando aquí la propia
argumentación de la obra al referirla a un autor (Agustín García Calvo,
Catedrático Emérito de la Universidad Complutense, etc.), y a su vez estaríamos
también imposibilitados para entenderla por hablar desde nuestra condición personal,
sin apercibirnos de la falsedad de las ideas a las que apelamos, etc..
Mas
no creemos que esto ocurra: entendemos más bien que esa contradicción
Realidad/lenguaje que García Calvo denuncia no se demuestra, como él pretende,
sino que se postula. Los argumentos que, en apariencia, la descubren,
dependen de la aceptación previa de esa misma dicotomía, de la que García Calvo
parte pretendiéndola evidente. Pero, a nuestro entender, no lo es en absoluto.
Demostrar
esto nos obligaría, en principio, a emprender una interpretación de la extensa
obra del autor, y en particular de sus ensayos gramaticales. Muchos entenderán,
en efecto, que es imprescindible toda ella para dar cuenta de esta
contradicción que aquí apuntamos: no podrían faltar ni sus lecturas
presocráticas, ni sus disquisiciones contra el tiempo, ni sus opúsculos
políticos, ni, por supuesto, sus volúmenes Del lenguaje y De la
construcción -y habría quien extendiese esta relación a su obra poética, a
su teatro, etc.-.
Pero
entendemos, por contra, que lo más valioso o mejor argumentado de sus
ensayos se encuentra en torno a sus análisis de la estructura de la frase:
de ellos dimana el enunciado más preciso de esta contradicción
lenguaje/Realidad; ellos sostienen también tanto su formulación de las
paradojas de Zenón o Heráclito como sus otros estudios filosóficos; y a estos
análisis se adecua también un buen número de capítulos de sus obras
lingüísticas (aunque su aportación diste mucho de reducirse a ellos).
Articularemos, entonces, este comentario en torno a unos cuantos ensayos breves
donde se encuentran ejemplarmente expuestos estos análisis, facilitando así su
discusión. Quede después para el lector más curioso verificar si nuestras
objeciones se extienden también al resto de la obra del filólogo zamorano.
3.
Realidad/lenguaje o Semántica/gramática
Abandonemos,
entonces, De Dios, y vayamos sobre uno de los artículos a los que en él
se nos remite, las Tentativas...[5],
ejemplar a estos efectos por su claridad y concisión. Allí, en efecto, aparece
delineada la oposición semántica/gramática, reformulada luego como
Realidad/lenguaje. La oposición como tal no se discute o analiza: tan apenas se
modula mostrando que en algunos casos no es dicotómica, pero se parte del
supuesto de que sí lo sería cuando de la
predicación se trata. I.e., la predicación sería “el acto
asemántico por excelencia”, pues la operación o acto que se efectúa al decir
-“pues predicación no es otra cosa que acción de decir o puesta en juego del
mecanismo de la lengua”- desaparecería al nominalizarse, convirtiéndose en un
semantema, su sentido -“la
operación que el acto de hablar realiza”. Como se mostró después en el primer
volumen Del lenguaje, el sentido estaría depositado en la prosodia de la
frase, en alguna de sus modalidades[6]. Por
tanto, la oposición semántica/gramática se nos mostraría canónicamente en la
dicotomía predicación (acción lingüística, sentido)/ significado.
¿Pero
por qué la predicación sería como tal “asemántica”? En buena parte, creemos,
porque la significación se haría consistir en la sola “identificación de un
término del sistema léxico de la lengua con otro término” (Tentantivas...,
p.42) y el vocabulario, a su vez, se entendería como un dominio
ontológicamente exento. La predicación, considerada acaso como canon de las
operaciones lingüísticas, se entendería ajena a la constitución del significado
pues éste aparecería por “abstracción” a partir de aquélla, sin que García
Calvo se extienda en explicaciones de esta operación abstractiva. De este modo,
se cierran las Tentativas... con un aparente dilema que se ofrece ante
nuestro autor y sus lectores, donde se evidencian ya sus opciones ontológicas:
o “el contexto extralingüístico” está “lingüísticamente organizado” o no lo
está, y es “algo no sabido ni ordenado”. Es decir, se resuelve la omnitudo
rerum -de la que se separa el lenguaje- en “contexto extralingüístico” y
se da a elegir entre una configuración lingüística (o bien semántica, o bien
gramatical) y la ausencia de cualquier otra configuración.
Pese
a la densidad argumental de este artículo, como la de tantos otros ensayos de
García Calvo, se dan por resueltas sin discusión sus opciones fundamentales.
Pues, como decíamos anteriormente, la cuestión no es si aceptamos o no la
originalidad del esquema frástico
unimembre o si son ocho o diez sus modalidades (prosódicas) elementales. A
la aceptación de estas tesis no va inevitablemente aparejado un compromiso con
aquellas otras de García Calvo acerca de la significación o el mundo, como
quizá él mismo da a entender.
4.
Gramática y ontología
Acaso
el nexo más sólido entre el análisis gramatical y la ontología (la tesis sobre
la configuración lingüística del mundo) se encontraría en el argumento que
nuestro autor nos ofrece en la discusión de las contradicciones presocráticas
-zenonianas o heraclíteas-, y de éstas no se siguen las conclusiones que
pretende García Calvo mas que si partimos de la dicotomía Semántica/gramática.
El
análisis que García Calvo emprende de éstas es declaradamente gramatical, como
se muestra con especial claridad -valga este ejemplo como cualquier otro de su
obra- en una de las sesiones de discusión desarrolladas por los años setenta en
la Universidad de Lila, transcrita luego
en sus Lecturas presocráticas[7].
Allí comenta, por ejemplo, el cuarto fragmento de Zenón atendiendo a “la
implicación física de la aporía con la evidencia gramatical”:
Lo que se mueve
no se mueve ni en el lugar donde está ni en el lugar donde no está (ni allí
donde se encuentra ni allá donde no se encuentra).
García
Calvo ensaya una interpretación a partir del enunciado “el móvil, no se mueve”.
“El móvil”, indica, sería el sujeto o thêma y “no se mueve” el predicado
o érgon. De acuerdo con el análisis expuesto en las Tentativas...,
“el móvil” se referiría a un elemento del vocabulario de nuestra lengua,
mientras que el predicado -la acción verbal- tendría su sentido expreso en la
correspondiente modalidad frástica (de la que aquí nuestro autor no se ocupa).
Le basta con la constatación de que el sujeto sería el término inactivo (el ser,
dice, o ente semántico) y por tanto netamente distinto del predicado, término
activo, cuya acción no cabría referirla al “móvil” sin quebrar la estructura
bimembre de la frase (sus dos bloques de simultaneidad): si se tomase la
parte activa “no se mueve” para referirla a la parte pasiva “el móvil”, en ese
momento aquélla dejaría de ser érgon pasando a ser thêma de una
nueva frase. El sentido se transformaría en significado.
Aquí
se mostraría “la contradicción entre la pretensión de que pasen cosas y la de
que esas cosas tengan un nombre o estén constituidas como ideas” (p.129), que
cabría parafrasear como la contradicción entre que el mundo tenga una
configuración semántica (que se supone inmutable) y que en él se den acciones
(verbales).
Es
decir, que García Calvo impugna la primera de las opciones del dilema con el
que cerraba sus Tentativas... atendiendo a la oposición anteriormente
formulada entre semántica y gramática: pese a que lo conocemos a través de
nuestro vocabulario, el mundo no puede estar configurado semánticamente, pues
la propia acción del lenguaje nos mostraría que esa configuración es
contradictoria: no habría ideas en el mundo en el que se habla, donde se
actúa -como, en rigor, no habría acción en el mundo del que se habla.
Mas,
como decíamos antes, debe advertirse que esta interpretación de la
disyuntiva es consecuencia (y no
causa) de la oposición anterior entre semántica y gramática, sobre la que nada
se nos dice aquí tampoco. García Calvo asume que la realidad está
semánticamente configurada por la sencilla razón de que la realidad sería tan
sólo el vocabulario de cada lengua. Ahora bien, como nuestro autor entiende,
por obra de la dialéctica, que el vocabulario no agota lo que hay en el mundo,
aquello que no es vocabulario sería... gramática. Por tanto, todo ello se nos
debe mostrar en el discurso, de modo que nos encontraremos reformulada la
dicotomía en la estructura de la frase: el sujeto sería la semántica, y el
predicado, la acción gramatical.
Advirtámoslo,
si la lectura gramatical de la paradoja zenoniana tenía sentido físico era
porque previamente se había supuesto que la física (la Realidad) no es más que
el vocabulario (griego o castellano), y el movimiento era, a su vez, el propio
decurso de la acción lingüística. Si García Calvo pudo resolver el dilema
con el que cerraba sus Tentativas... era porque sencillamente parte del
postulado de que todo –la Realidad y lo que no lo es, si cupiese totalizarlo-
es lenguaje.
5.
El gramático y el oráculo
Con
todo ello no estamos diciendo que García Calvo pida el principio en su
argumento. Más bien es que lo ignora, no se preocupa de explicar qué se
quiere decir con que todo es lenguaje, concentrándose, en cambio, en el
análisis gramatical donde ya está supuesto lo que debiera demostrarse. Toda
objeción contra estos análisis es inútil, puesto que los argumentos que se
puedan ofrecer en contra incluirán, con toda probabilidad, oraciones bimembres
como las que acabamos de considerar, i.e., se referirán a la Realidad, y serán,
por tanto, falsos.
Pero
ello es a costa de reducir cualquier
argumento, y por extensión la realidad toda, a la oposición thêma/érgon:
el contenido del argumento, o las cosas mismas, serían semántica, y su lógica,
cualquiera que fuese, sería gramatical. Pero entendemos que ello no basta
para dar cuenta críticamente de construcción alguna. Si García Calvo lo
consigue es a costa de despreciar como insignificante o trivial extensísimos episodios
de la Ciencia o el Estado: átomos, elementos químicos, células, organismos,
especies, fratrías, monarquías, democracias.... todo esto serían nombres,
semántica, y por tanto falsos; respecto a la organización del átomo, de
cualquier elemento químico, de las células..., se dirá que su única lógica es
gramatical. Pues lo que hay es lenguaje, y ese es el postulado del que, para
García Calvo, se debe partir.
Muchos
pensarán, desde luego, que no es ésta una tesis postulatoria, puesto que no son
pocos sus defensores en este siglo -para unos, algún Wittgenstein, para otros,
Whorf, etc.. Pero advirtamos que no cabe yuxtaponer los argumentos de ninguno
de éstos a los de García Calvo, pues la sabiduría de nuestro autor se nos
ofrece en contra de filósofos y científicos, incluidos aquellos que quisieron
probar tesis análogas. Al hacerlo,
habrían reducido el lenguaje a una idea de sí mismo, da igual si
científica o filosófica, pues lo cierto es que ya no sería el mismo que se
expresa por boca de nuestro Heráclito[8].
La
ausencia de otros argumentos que no sean los gramaticales para justificar ese
desprecio engendra, creemos, la apariencia oracular de sus mensajes.
Pues García Calvo no sería un filósofo, cosa que él mismo asume, pero tampoco
será sólo un buen gramático: García Calvo es, en los más de sus escritos e
intervenciones, un oráculo. Adviértase, sin embargo, que ésta no es una
calificación intrínsecamente despectiva: la sabiduría gnómica u oracular ha
acompañado secularmente a la filosofía, fundiéndose con ella con relativa
frecuencia, pero no por ello debe menos el filósofo debelarla.
6.
La absorción del mundo en el lenguaje
Quizá se entienda mejor esta objeción si
consideramos uno de los ensayos donde García Calvo más se aproxima al género de
discusiones que consideramos filosóficas, que curiosamente es uno de los más
antiguos publicados : “Estalín acerca del lenguaje” (datado entre 1958 y 1969) [9],
donde discute la conocida refutación de las ideas de Marr sobre el lenguaje que
Stalin efectuó en los años cincuenta. Dos son los aspectos que nos interesan de
este ensayo: por una parte, es uno de los pocos en los que García Calvo da
cuenta celosamente de las alternativas que discute en los propios términos en
que están expuestas; por otra parte, y acaso tenga que ver con lo anterior, no
introduce el análisis gramatical que aquí hemos ejemplificado, pero sí apela a
la oposición más general thêma/érgon.
En
efecto, tras una pulcra exposición comentada de la dicotomía, García Calvo
pretende disolver en sus mismos fundamentos la distinción marxista
base/superestructura:
[I]nsinuamos
que todo medio de producción es a su vez lingüístico en tal sentido, que toda
producción artificial o humana constituye una reflexión lingüística, que el homo
faber es idéntico con el homo loquens. (p.36)
El
alcance de este insinuación se desarrolla en cuatro cláusulas, de las que
destacamos la última:
Como
lengua en sentido sosiriano, como sistema de signos total, vigente, organiza y
sistematiza todo, la sociedad usuaria del sistema y el mundo pretendidamente
exterior, pero que en realidad le pertenece; y es así como igualmente da su ser
a lo que no lo tiene, ya que el supuesto mundo exterior a la organización y al
sistema no puede tener más ser que el de un mero flatus uocis, y en modo
alguno se puede reconocer como siendo realmente algo aquello que se proclama al
mismo tiempo incognoscible por definición. (p.37)
De
la constatación de cómo la lengua media en el desarrollo de otras operaciones
humanas (“como código de comunicación”), coadyuvando a su ejecución en un
sentido que desbordaría con mucho la teoría epistemológica del reflejo
defendida por el materialismo dialéctico soviético, García Calvo pasa a
postular él mismo un Diamat invertido: en él los contenidos de la
conciencia no reflejarían la dialéctica de los acontecimientos del mundo, sino
que el mundo se resolvería por “abstracción” (p.38) en una imagen especular de
los conflictos dialécticos de la lengua. Pero así como el Diamat -cuyas
opciones, advirtámoslo, en absoluto asumimos- se forjó como una opción
filosófica en minuciosa disputa con otras tantas epistemologías de los siglos
XIX y XX, las tesis de García Calvo se nos ofrecen postulatoriamente apelando a
su presunta evidencia (“se proclaman”), aunque, en realidad, no sean menos
deudoras de otras tantas lecturas filosóficas por más que éstas no se citen.
El
interés de estos pasajes se encuentra, por tanto, en mostrar cómo un García
Calvo disminuido de registros oraculares y más cercano a los argumentos ajenos,
obtiene conclusiones análogas a las de su obra ulterior sin mediar digresión
gramatical alguna. Basta con postular la absorción de la omnitudo rerum
en la lengua, declarando el resto incognoscible para borrar la distinción
marxiana o cualquier otra que se oponga.
7.
La absorción del lenguaje en el mundo
Pero
esto tiene un grave inconveniente que habrán apreciado sin duda muchos lectores
de García Calvo, incluidos los más tempranos. Absorber el mundo del que
hablamos en la lengua obliga a dar cuenta con ésta de todos sus fenómenos,
obligando al gramático a ingeniar explicaciones tan artificiosas como
traicioneras. Si volvemos al capítulo del De Dios, que comentábamos
al principio, nos encontraremos con un buen ejemplo en sus disquisiciones sobre
la aritmética y la geometría -desarrolladas desmedidamente antes en su
monumental Contra el tiempo[10].
Allí se nos ofrece, entre otras cosas, una genealogía
gramatical de los números: originalmente habrían sido una clase de
cuantificadores, sin contenido semántico, que se habrían “cosificado” -i.e., se
habrían convertido en parte de la Realidad, ajena a la gramática- al
desarrollarse los cálculos matemáticos “al servicio de la Ciencia” (p.239). Los
ejemplos que García Calvo menciona, sin desarrollarlos, son particularmente
complicados (el cálculo infinitesimal, la geometría algebraica), pero indica
también uno mucho más simple y no menos interesante que aquí vamos a comentar:
la invención del cero en la escritura aritmética, al elevarse a significado la
notación del lugar donde no hay cifra alguna (p.245).
Lo
que en De Dios no es más que una indicación lapidaria se encuentra
desarrollado mucho antes en un opúsculo suyo no demasiado conocido, De los
números[11].
En un breve excurso sobre la condición gramatical del número (pp.118-ss), se
nos explica cómo operarían a partir de su aparición en enunciados tales como “Los
convidados son 13”: no añadirían notas a la comprensión del sujeto, pero
tampoco serían un elemento semántico intercambiable con él -pues “los
convidados” no querría decir “13”. Al decir “los convidados son 13” se
constataría “la correspondencia entre las sucesivas veces de aplicación del
concepto ‘convidado’ a ellos y el tramo de la serie de los índices numéricos
que termina con el 13” (p.119). Esta sería una serie ordinal, una escala
de índices destinada a definir la extensión de los conceptos, común a todas
las lenguas “que participen de números propiamente dichos” (p.122).
Por
tanto, sería “un mero abuso terminológico tomar ‘0’ como un número y, al
hacerlo así, según las ideas de los que tal hacen, considerarlo como un objeto
conceptualmente definido” (p.129), pues como signo indicaría solamente que “no
hay”. No podría referirse a cosa alguna “pues para ello tendría que haber un
concepto al que esa cosa perteneciera, y ese concepto sería el de ‘lo que no
hay’”, que no sería un concepto pues la auténtica negación, en la gramática de
García Calvo, no podría servir para definir positivamente (por exclusión) un
concepto -a riesgo de positivizar o dar contenido semántico a predicaciones
unimembres en las que ésta interviene.
Convendría
primeramente examinar el fundamento de la distinción entre ordinalidad y
cardinalidad. Pues García Calvo no pretende que la cardinalidad surja del solo
paso del término 13 a sujeto de una frase bimembre. Opera más bien in medias
res a partir de formulaciones ya de apariencia aritmética como a+a=2a, que
él propio García Calvo se cuida de reinterpretar: ni ‘a’ sería una constante
algebraica, ni ‘+’ la adición aritmética, ni ‘2’ miembro alguno de un conjunto
numérico. Las dos menciones de ‘a’ serían el contenido de dos bloques de
simultaneidad entre los que el signo ‘+’ haría las veces de coma mientras
que ‘=‘ operaría como el “eje o corte de las predicaciones de tipo S-P”.
Finalmente, ‘2a’ sería un tercer bloque de simultaneidad en el que ‘2’ no sería
un índice numeral del tipo de los anteriormente descritos, sino un cardinal in
fieri:
Se
ha sacado la cuenta, no ciertamente de las ‘aes’, sino de las veces del único y
mismo ‘a’. Es entonces cuando, al aparecer la idea ‘dos veces ‘a’’ aparece por
primera vez el número cardinal 2. (p.30)
García
Calvo no se arredra ante el caso “a+b=2x”, donde ‘x’ sería el resultado de
contar “las veces de aplicación de una misma nota (que en ello se reconoce como la misma) a
situaciones diferentes” (p.49). Es decir, se evacuarían los contenidos
algebraicos o aritméticos de la fórmula para proceder a su análisis gramatical
según el esquema anteriormente esbozado: de una secuencia ordinal de signos
-actos de producción- asemánticos se pasaría predicativamente a una ideación de
la misma.
Encontramos
aquí no una extensión infundada del análisis gramatical de nuestro autor,
cuanto una expresión más de su misma estrategia analítica. Pues lo esencial
tanto en el caso lingüístico ordinario como en este otro, de apariencia
matemática, es que desde un dominio que se dice falto de configuración
semántica se obtiene -apelando a la “abstracción” cual deus ex machina-
la Realidad como producto lingüístico. Y así como en el ejemplo lingüístico
“Hay ladridos” se nos pide que desconectemos “ladridos” de cualquier
experiencia (semántica) del mundo del
que se habla para interpretarlo de acuerdo a la melodía que
expresaría su sentido (que no el ladrido del perro), en el caso de “a+a”
debiéramos evitar nuestra experiencia aritmética para atenernos a la noción
formal de bloque de simultaneidad (vez). Pero, puestos a suspender el
juicio, a ignorar lo que sabemos, ¿por qué debiéramos interpretar ‘=’ como
marca predicativa y no como una nueva interrupción del decurso melódico? ¿Y por
qué no luego ‘2a’ como dos nuevos elementos rítmicos, puesto que su
yuxtaposición es meramente visual y en el decurso verbal aparecen como tales?
¿Por qué, en fin, ajustar esta fórmula a la estructura frástica que García
Calvo nos propone, si no es para poder obtener la fórmula de la frase? Más
bien diríamos que con la “abstracción” se reintroduce simplemente aquello de lo
que ya se partía aparentando que antes no estaba.
8.
La oscuridad del lenguaje sin el mundo
Cabría,
por otra parte, preguntar (sin encontrar respuesta en el De los números
o luego en Contra el tiempo) qué más nos aporta la Gramática así
entendida en el análisis de las construcciones matemáticas. ¿Cómo opera, por
ejemplo, la razón común para obtener una estructura de grupo en un
conjunto numérico a partir también de la operación adición/abstracción? No se
sabe muy bien si acaso éstas serían ya minucias semánticas (Ciencia/Teología)
de las que García Calvo no tendría por qué ocuparse.
A
este respecto ilustremos, finalmente, el caso del 0 al que antes nos
referíamos. Ello nos obliga a dejar la obra del Heráclito zamorano, pero, por
fortuna, contamos en nuestra lengua con un magnífico estudio que será sin duda
conocido por los lectores de Archipiélago: el ensayo de Emmánuel Lizcano
Imaginario colectivo y creación matemática.[12]
Entre
los muchos análisis de interés que incluye, se cuenta un estudio sobre la
aparición del cero en la resolución de ciertos sistemas de ecuaciones en la
matemática china, tal como se documenta en textos datados alrededor de los
primeros siglos de nuestra era. Sumariamente, diremos que los sistemas de
ecuaciones se planteaban disponiendo en forma matricial palillos sobre
una superficie -como, por ejemplo, un tapiz- representando, según un sistema
decimal y posicional, lo que serían hoy los coeficientes de las incógnitas. A
partir de esta disposición, los textos recogen ciertas reglas de manipulación
de los palillos que conducen a la resolución de las ecuaciones prefigurando el
que muchos siglos después sería el denominado método de Gauss. Pues
bien, uno de los aspectos más notables (y no el que más) de este método era que
suponía operar con el cero, número para el que no se disponía de
representación con los palillos. El cero aparecía en el curso de las
manipulaciones al desaparecer todos los palillos de una posición quedando
vacía. Por abreviar el sutil y fecundo análisis de Lizcano, el wu con el
que se refieren al cero algunos de los comentaristas del método plantea
singulares dificultades de traducción: “es una partícula negativa que puede
traducirse por ‘no’, ‘sin’, ‘no haber’, ‘no tener’, o por los sufijos
privativos/negativos ‘a-’, ‘in-’,... (así wu jiang significa
‘i-limitado’)” (p.90).
Lo
que nos importa aquí no es tanto la discusión filológica de si se ha
semantizado una partícula que antes carecía de significado, o si en el uso
común wu es aquí intercambiable por ‘hueco’ o ‘vacío’. Lo que importa es
que la referencia a ese hueco o vacío no tendría valor matemático alguno por sí
mismo y, de hecho, muchos intérpretes dudan de que el hueco sea como tal un
cero aritmético. Pero, sin embargo, y éste es uno de los hallazgos de Lizcano,
es obligado interpretarlo así si atendemos a cómo queda determinado este
hueco por las propias reglas de representación y manipulación con palillos,
y no ya por la estructura frástica de su formulación.[13]
Dicho
de otro modo, la semantización de esa partícula sería indisociable de su uso en
unos contextos operatorios (por lo demás, tan cotidianos en China como alejados
de lo que entendemos por Ciencia o Razón común) que son los que
dotan al wu de contenido
matemático. Contextos operatorios en los que media, desde luego, la formulación
verbal de unas reglas que rigen las operaciones con los palillos, pero
-y aquí está el desafío- ¿cuál sería su contenido matemático si las tomásemos
una a una y analizásemos la semántica de sus términos, desentendiéndonos de lo
que efectivamente se hace con los palillos?
Cualquiera
que enfrente el problema con un mínimo de rigor (y para “no hacer trampa” lo
mejor sería partir de una traducción donde las reglas aparezcan tan
perfectamente polisémicas como son en chino, y sin la formulación algebraica
occidental al lado [14]),
verá cómo un análisis como el que García Calvo nos propone del cero no va más
allá de un mero comentario de la etimología de ‘cero’ interpretada en las
coordenadas de su dicotomía Realidad/lenguaje, en el que la enorme complejidad
de la historia de la cifra se desprecia por insignificante. Si esto es así con
el 0 -y discúlpesenos que huyamos de la prolijidad del comentario-, ¿qué decir
del resto de cábalas matemáticas que llenan De los números o Contra
el tiempo?
9.
Final
¿Qué
hemos querido probar con todo esto? Más que probar, hemos intentado ilustrar
cuál es el núcleo gramatical en el que se apoyan los análisis de García Calvo
(la oposición de la Realidad al lenguaje), y mostrar, por una parte, que los
argumentos de García Calvo dimanan de uno que tan apenas se justifica –aunque
muchos estén dispuestos a aceptarlo: todo es lenguaje. Por otra parte,
hemos querido apuntar cómo, aun en el caso de aceptar sus tesis gramaticales,
es muy poco lo que con ellas podemos saber del mundo, a menos que vayamos
diluyendo el mundo en la gramática, en lo cual perdemos algo más que un
residuo. En la medida en que este artículo es del todo inconmensurable en su
extensión con el conjunto de la obra de García Calvo, no puede ser concluyente,
pero, como ya dijimos, tampoco lo pretendíamos.
Quizá
alguien haya echado en falta la consideración de la obra política de García
Calvo, la más conocida para muchos de sus lectores. Habrá incluso quien afirme
que, obviando ésta, no podremos entender nada sobre lo que García Calvo quiere
decirnos. Nuestra posición es justamente la inversa: lo poco que se puede
entender de su obra política es precisamente aquello que dimana de lo que aquí
se ha expuesto. El resto es más bien un centón, declamado muy solemnemente, cuyo
éxito radica en que por su propia indeterminación semántica, cada cual podrá
interpretarlo como su razón le dé a entender –eso sí, convencido siempre de
estar en una verdad común.
Es
posible que muchos juzguen este artículo
a partir de este último párrafo, pero puede también que otros tantos acaben
compartiéndolo después de leerlo. Como dijo el Oscuro, ajuste inaparente,
mejor que el aparente.
[1] En el espíritu del
conocido fragmento de Heráclito: “Que para los que están despiertos hay un
mundo u ordenación único y común, mientras que de los que están durmiendo cada
uno se desvía a uno privado y propio suyo” (fragmento 89 de la edición
Diels-Kranz, y quinto de la del propio García Calvo, Razón Común. Lecturas
Presocráticas II, Lucina, Madrid, 1985)
[2] "Tras
frecuentarle [a García Calvo] los filósofos modernos parecen histriones o alucinados;
su prosa puede llegar a ser un veneno paralizador, pues cabe la tentación de
suspender el propio pensamiento y esperar a que él piense nuestros temas o dé
forma a nuestras angustias." (F. Savater, "El pensamiento negativo:
del vacío a los mitos", artículo recogido por M.A.Quintanilla en la
primera edición de su Diccionario de Filosofía contemporánea, Sígueme,
Salamanca, 1979)
[4] “Pues yo, mientras
no se me refiera a algún puesto, cargo, sector o fechas de la Realidad ni se me
fije por lo menos en una etiqueta de Nombre Propio o Número de Identificación,
mientras no sea más que el que
esté hablando y diga acaso ‘Yo’, ‘me’, ‘voy, ‘pienso’,
no soy ciertamente nadie
determinado,
no soy una persona o cosa de la
Realidad,
y, por mucho que sea yo la
Primera Persona Gramatical, en modo alguno se puede pretender que exista.” (De
Dios, p.253)
[5] “Tentativas para
precisar la imprecisión del uso de los términos significación, denotación
y sentido, metalingüístico y abstracto, pragmático
y modal”, Revista Española de
Lingüística 2, 1972, pp.145-67. Reeditado después en Hablando de lo que
habla. Estudios de lenguaje, Lucina, Zamora, 1989, pp.33-56, por donde
citamos.
[6] Del lenguaje,
Lucina, Madrid, 1979, en particular del capítulo III en adelante. La cuestión
de la sintaxis de la frase está ampliamente estudiada después en De la
construcción (Del lenguaje II), Madrid, Lucina, 1983.
[7] “De una sesión en
la Universidad de Lila”, en Lecturas presocráticas, Lucina, Madrid,
1981, pp.168-182.
[8] Sobre este
particular, cf. la voz “Lenguaje” redactada por García Calvo para la Terminología
científico-social (Anthropos, Barcelona, 1988) editada por R.Reyes y
recogido luego en el ya citado Hablando de lo que habla. Por ejemplo,
“Así es que se pueden hacer con el lenguaje una de dos: o bien se le toma como
una cosa entre las cosas, y en este caso, diversas disciplinas, más o menos
científicas se ocupan de él (...) o bien se deja que él recoja (en grabación,
en escritura, en la memoria) un tramo de lo que él mismo ha producido, y
examinándolo, trate en primer lugar de tomar conciencia de los elementos,
discontinuos y abstractos, que lo forman y de sus relaciones en la sucesión
(...)”
[9] Publicado en Lalia.
Ensayos de estudio lingüístico de la sociedad, Siglo XXI, Madrid, 1973,
pp.23-38.
[12] E.Lizcano, Imaginario
colectivo y creación matemática. La construcción social del número, el espacio
y lo imposible en China y en Grecia,Gedisa-UAM, Barcelona, 1993.
[13] Dice Lizcano: “Lo
que define al cero-wu no es su ser o su no-ser, sino su relación, el
modo singular en que opera sobre otros números/nombres. Concretamente, lo que
hoy llamaríamos su función de elemento neutro del grupo aditivo de los enteros
{Z,+}, si por tal entendemos el conjunto de los números/nombres zheng,
los fu y wu, dotados de la operación adición sustracción.” (Op.cit.,
p.105) Pero para descubrirlo, debe desarrollarse un análisis de las operaciones
con los palillos y el tapiz tal como Lizcano nos lo propone en el capítulo II
de su ensayo.
[14] A partir de la sola
formulación que ofrecemos (la traducción que nos ofrece Lizcano), sin
conocimiento de la disposición de los palillos sobre el tapiz, etc., øquién
podrá deducir que se trata de reglas que determinan una estructura algebraica?
Así, pruébense a interpretar las siguientes reglas sobre la adición: (1ª), “Los
[palillos] de nombres diferentes se contraen mutuamente”; (2ª), “Los [palillos]
del mismo nombre se acrecientan mutuamente”; (3ª), ”Si un [palillo] positivo no
tiene a qué enfrentarse (wu ru) se positiviza”; (4ª), “Si un [palillo]
negativo no tiene a qué enfrentarse (wu ru) se negativiza”. La solución en Lizcano, op.cit.,
p.88.
{Inédito, 1998}
Querido David:
ResponderEliminarAquí va un comentario a tu reseña. Va en dos partes.
Parte 1: Pese a tu esfuerzo de claridad argumental, me ha costado seguir tu texto. No estaba hecho para seguidores de García Calvo, la mayoría de los cuales seguramente no lo han leído, pero lo han escuchado, que es lo que se hace con un oráculo. Yo lo escuché en algunas sesiones en el Ateneo y en otros lugares, y también lo leí, aunque de forma fragmentaria y rapsódica. Nunca me interesaron demasiado sus argumentos prolijos a los que se enfrenta tu ensayo, ni sus sabias precisiones filológicas. Paradójicamente no estaban hechas para el pueblo al que decían dirigirse, aunque tampoco para la Academia de donde procedían y de donde recibían un aval que las hacia deslumbrantes e inapelables ante un pueblo que, después de todo, tampoco existe. Todo en él era ambiguo, individual, aunque no creo que “idiota”, apoyado en su figura irrepetible, en su gestualidad literalmente espectacular, en el cuidado de una apariencia y de una identidad nada “comunes”. Como bien evocas, él negaba su condición de filósofo, aunque sabía que lo era, jugando con ello a la ambigüedad heraclítea que adornaba su figura. En los años de la huelga mal llamada del “Cojo manteca”, asomados a un deslumbrante atardecer, al borde de las escaleras que bajaban al edificio B de la Facultad de Filosofía de la Complutense, nos invitaba una y otra vez a persistir en nuestra condición asamblearia, a no entrar en el lenguaje de la Realidad, a saber, en el lenguaje de las cifras, ceros incluidos, en torno a aquellos planes de Estudio, cuya introducción en la Universidad de la mano del entonces Director General de Universidades, hoy Secretario general de un importante partido político, preparaban el camino y el lenguaje bancario de los créditos de lo que hoy se conoce como Bolonia. Entre mis amigos de entonces había un ferviente admirador suyo, que creía en la transitividad Estado-Individuo-Capital, como los católicos creen en el dogma de la Trinidad. A mi amigo, un gran negador, como a mí entonces, le interesaba su enunciación política, su retórica anarquista, o más bien, ácrata, de larga tradición hispánica, y rearticulada en el lenguaje del mejor barroco, de altísima calidad literaria, cargada de una erudición clásica que la hacía inclasificable. Uno adivinaba influencias no confesadas detrás de ese pensamiento heterodoxo, una peculiar reapropiación de algunas tradiciones, pasadas por el giro estructuralista de cuño francés, un indudable aroma del 68, expresadas en la senda del mejor barroco español y de esa tradición ácrata hispánica ya mencionadas, aderezado todo ello sobre el sustrato de un clasicismo en el que el ingrediente esencial eran esas lecturas presocráticas que no dejaban de evocar a Nietzsche. Todo ello sintonizaba críticamente con los tiempos, con aquellos tiempos de posmodernidad que llegaba a España, como siempre con algún retraso, y era a la vez extemporáneo. No creo que haya mejor definición de un clásico. Porque no se si únicamente hay lenguaje, pero en su obra todo era lenguaje, o más bien el lenguaje lo era todo en su obra. Cuando lo leí rapsódicamente comprendí que era sobre todo un artista, un artista de la palabra, más allá de su condición de filósofo heterodoxo, de filólogo, de traductor o de lingüista. Eso permitía comprender su permanente ambigüedad, su negación de la ciencia, apelando a ella, su afirmación de lo común desde la más cuidada y enfatizada identidad individual, estéticamente acentuada, su apelación al pueblo desde la más elitista erudición, su rechazo de las instituciones que le autorizaba sin embargo a redactar el texto del himno de la Comunidad de Madrid o ser premiado de forma reincidente por las instituciones del Estado y por el Capital.
Vicente
Parte II y cierre: Al leer tu reseña , David, descubro que esa ambigüedad aparece descartada, que está escrita al margen de esa ambigüedad. Te diriges al científico y al filósofo que no fue, pero que establece enunciados científicos y filosóficos contra la ciencia y contra la filosofía, al menos contra la filosofía académica. Sorprende el calificativo de “flojo” utilizado por Archipiélago. Tu reseña es todo menos floja. De hecho la falta ambigüedad. He leído varias necrológicas en estos días de su fallecimiento, en medio de la crisis, estando como estoy lejos de España, y luego algunos comentarios de lectores de esas necrológicas. Y una vez más siento alivio de no estar en ese país donde casi todo parece teñirse finalmente de ira y resentimiento, donde las opiniones se mezclan de odios injustificados, donde la muerte de un autor sirve para saldar cuentas con sus discípulos, con sus reseñantes, donde todo se convierte en bandera de las propio y en el olvido de lo común. Quevedo, Valle Inclán y Agustín García Calvo sólo se entienden desde ahí. Tu reseña inédita, y su publicación ahora en forma de homenaje, está exenta de esa negra carga y es en ese sentido le mejor homenaje, la demostración de que a los autores, además de criticarles o elogiarles, también se les puede leer y de que, efectivamente, sí existe un territorio de lo común, aunque se exprese en forma de ciencia. Que este comentario mío a tu comentario sirva también como un modesto homenaje más al artista de la palabra Agustín García Calvo.
ResponderEliminarVicente
- No hay todo. Por tanto "todo es lenguaje" es absurdo.
ResponderEliminar- No hay oposición entre Realidad y lenguaje. El lenguaje con su vocabulario semántico es lo mismo que decir Realidad. Esto que habla ahora no es un lenguaje. La Realidad no es todo lo que hay.
- Si García Calvo es oracular y gnómico y hasta dimana, que se joda.
- Hablar -que no se sabe lo que puede ser- claro que no se tiene que ocupar de crear nada, sino de a lo mejor desmentir las trolas que ya están rigiendo. Por ejemplo, a lo mejor viene a avisar contra la fe en que se puede definir al propio hablar, o sea, que se le quiera hacer real, que es más o menos en lo que consiste lo de las Universidades y la gente sometiéndose a exámenes para tener el papelito y repetir cosa como 'dimana', 'gnómico' y 'barroco español'.
- Si quieres saber de dónde viene lo que suena, dejas de oírlo. Sólo se puede saber de donde vienen cosas como 'gnómico', 'dimana' o 'barroco español', precisamente porque no dicen nada con sentido: sólo consisten en de dónde vienen: del colegio y de que algún muchacho se diga sin saberlo " ¡dimana!, pues cualquier día voy y lo digo"