15/4/09

Francisco Fernández Buey & Jorge Riechmann. Ni Tribunos. Ideas y materiales para un programa ecosocialista. Madrid: S.XXI, 1996.

La presente reseña se ocupa de uno de los más ambiciosos e interesantes trabajos que ha producido el pensamiento político español de izquierdas a lo largo de los últimos años. La cantidad de ideas y materiales, en la tradición de Manuel Sacristán, que se encuentra en esta obra merecería, sin duda una recensión mucho más extensa, y puesto que ambos autores son sobradamente conocidos para el público español, no vamos a detenernos en palabras preliminares.

Francisco Fernández Buey nos presenta, en la introducción de este ensayo, la política como ética de lo colectivo, pero su discurso no va a intentar probar la obligatoriedad o universalidad de sus valores, al modo de los filósofos morales, ni tampoco intentará convencer al lector sobre su bondad o interés. Fernández Buey se dirige, más bien, a un lector que ya comparte con él esos valores, e incluso los ejercita políticamente, i.e., supone una ética en marcha, que sería -al menos, parcialmente- la de quienes desarrollan su actividad en Organizaciones no Gubernamentales -pp.xxix-xxxiv-. Pues, para nuestro autor, solamente en los programas de las ONG se encontraría de hecho un germen de universalidad análogo, cabría decir, al que para Marx tuvo el proletariado: si éste había de absorber a todas las otras clases en la Revolución socialista, las ONG, tal y como Riechmann y Fernández Buey las conciben, debieran animar con sus valores la articulación de una coalición de izquierdas, que alumbrara un programa ecosocialista.

Pero ninguno de los dos ignora que, por la propia dispersión programática de estos movimientos sociales y la diversidad de sus formas políticas, no existe hoy una única ética de lo colectivo entre las ONG . Más bien parten de esta fragmentación, y se podría decir incluso que el argumento de su ensayo consiste en dar con una prueba de la composibilidad de, al menos, algunos de estos valores, i.e., probar a partir de la diversidad de propuestas actualmente existentes la posibilidad de que exista algún día un programa ecosocialista. Además, nuestros dos autores no intentarán probárnoslo pretendiendo abstraer sus propias convicciones, pues son, en efecto, socialistas y ecologistas por educación, filosófica y militante . Se trataría, por tanto, de construir un argumento que dé razón de estas dos opciones -socialismo y ecología- articulándolas con aquellas que se nos ofrecen en los distintos movimientos sociales -desde el feminismo a los sindicatos.

El argumento se nos presenta en dos partes, cada una a cargo de uno de los autores. La primera, redactada por Fernández Buey, pese a la diversidad de contenidos de sus seis capítulos, encuentra su unidad, polémicamente, en la discusión del concepto de socialismo. El análisis que Fernández Buey nos ofrece se inicia, en el primer capítulo, con una amplia consideración de los más de cien años de socialismo tomando, por un lado, el ideario del que se partía, y por otro, la experiencia de la Europa oriental (soviética) y occidental (la socialdemocracia). Al plantear así la cuestión, es inevitable comparar ese ideario (que comprendería ideas comunes a “socialistas utópicos” y “científicos”, acaso su impulso ético) con lo que después resultó a ambos lados del muro de Berlín, y por tanto admitir su derrota o fracaso, como hace el propio autor. Pero queda también abierta una opción para recuperar aquél (que será la que se siga en el tercer capítulo: “Discurso sobre los valores”), en la medida en que los conflictos en los que se originó el socialismo aún están presentes en nuestro mundo, por una parte, y también porque ese ideario, tal y como el autor lo presenta, no se agotaría enteramente en el socialismo soviético o socialdemócrata, y contaría también, a lo largo de este siglo, con otros defensores, políticamente menos exitosos pero éticamente más íntegros (pp.106-107).

La reivindicación del socialismo que Fernández Buey nos propone se apoya, en efecto, en el postulado de que en toda tradición política (entre las que menciona, liberalismo y cristianismo) se darían dos vertientes, una (“de izquierdas”, según el autor) éticamente incorrupta y otra (“de derechas”) corrupta con arreglo a su ideario original -al transformarse el ideal emancipatorio en ideología de dominación . Y en ello radicaría, acaso, su posible composibilidad, pues al reducirse el socialismo a su núcleo ético, desaparecerían los obstáculos que históricamente provocaron su escisión; pero también, al extenderse el concepto de izquierda para incluir otras éticas distintas de la socialista -por oposición a sus respectivas derechas- aparece la opción de alianzas anteriormente excluidas, puesto que, desde la ética, podrían coincidir, por ejemplo, en la crítica a la demediación de la democracia (que ocupa todo el segundo capítulo), o en la propuesta federalista que se contiene en el último capítulo de esa primera parte. No es extraño que Fernández Buey se ocupe también de recuperar el concepto de utopía concreta de Bloch (capítulo quinto), puesto que en ella se encontraría el contenido ético del socialismo en su expresión más depurada (pp.177-182).

En todo caso, los destinatarios del discurso de nuestros autores son, como decíamos antes, movimientos sociales nuevos y viejos (los sindicatos), y a ellos se dedica uno de los capítulos centrales de esta primera parte de la obra, el cuarto (“De los valores a los movimientos”). Fernández Buey intenta mostrar aquí, analizando distintas propuestas, cómo esa vocación de universalidad de la izquierda cristalizaría en la alianza de sindicatos y movimientos alternativos si los análisis de la coyuntura económica y política de aquéllos se efectuaran atendiendo a consideraciones (económicas, demográficas, ecológicas, etc.) de alcance mundial y no local, como pueda ser el caso del estudio de las migraciones. Buena parte de este capítulo lo ocupa también un análisis del feminismo y del papel programático de las mujeres en la constitución de esta alianza.

Jorge Riechmann, por su parte, se ocupa de la exposición de la vertiente ecológica del programa. Si Fernández Buey se veía obligado a detenerse en amplias consideraciones preliminares -y un buen número de excursos y digresiones- acerca del concepto de socialismo, con objeto tan sólo de apuntar dónde cabría un encuentro de los distintos movimientos sociales, Riechmann procede, en cambio, geométricamente a partir de los postulados de la economía ecológica, ampliamente expuestos en los siete capítulos que integran la segunda parte: las leyes de la termodinámica (cap.1), el concepto de sustentabilidad (cap.2), las alternativas a la actual contabilidad nacional (cap.5), etc. A partir de estos postulados obtiene numerosas propuestas políticas, algunas elaboradas ya en forma de proyecto de ley (pues Riechmann se atiene aquí a la experiencia de colectivos ecologistas españoles y extranjeros) y otras aún por desarrollar, pero también más ambiciosas en su alcance (el tercer capítulo es el esbozo de una sociedad ecosocialista).

Se diría que la composibilidad aparece aquí probada por la misma potencia de la propia propuesta, pues a diferencia de lo que ocurría en la parte primera, en ésta no aparecen explícitamente consideradas otras alternativas distintas de la ecológica, acaso porque se parta de que ninguna cuenta con unos desarrollos programáticos tan elaborados, política- y científicamente. Riechmann tan sólo retoma motivos de la tradición socialista -la planificación- reformulándolos con arreglo a las coordenadas ecológicas, y también apela a ideas generales sobre los valores -como la igualdad-, pero arquimédicamente, sin digresión alguna acerca de su contenido, apoyándose en ellas para desarrollar uno u otro aspecto del programa. Si la cogencia del argumento de Fernández Buey radicaba en la fuerza apagógica de sus argumentos contra las objeciones que pudiese recibir, el de Riechmann se basa en un enorme número de propuestas positivas, dimanantes de la experiencia verde, cuyo análisis es absolutamente imposible acometer aquí.

Volviendo ya al principio, y a la vista de estos argumentos, aquí apenas someramente apuntados, ¿podríamos dar por probada la composibilidad de un programa ecosocialista? Probablemente sus autores no lo pretendan, ni no nos corresponde a nosotros dar una solución, que sólo se encontrará, antes o después, en el curso mismo de la sociedad a la que se ofrece esta propuesta y, por tanto, nuestras objeciones serán solamente tentativas.

Pues nos parece, en efecto, que la estrategia argumental que Fernández Buey y Riechmann despliegan para aunar a la izquierda se apoya decisivamente en la depreciación u omisión de aquello que, históricamente, la ha escindido. Por más que el planteamiento de su ensayo diste mucho de ser idealista -pues su discurso se desarrolla a cada paso a partir de las opciones que actualmente se dan en nuestra sociedad-, no acertamos a entender cómo no se aplica con mayor rigor este mismo criterio en todos los pasos de su argumentación: así, cuando Fernández Buey concluye “las razones históricas que un día condujeron a la diferenciación en la tradición socialista entre comunismo, anarquismo, libertarismo y socialdemocracia han caducado” (p.94), ¿será acaso porque el autor interpreta que a la historia pertenecen las razones de las derrotas y fracasos del socialismo, y sólo nos quedaría ya el impulso ético que estuvo en su origen?

Pero ¿acaso la ética no puede separar a la vez que unir? Se diría que Fernández Buey sobreentiende que la ética del socialismo comprendería valores (la igualdad) que por sí solos nos procurarían el consenso, como si éstos, ahora y antes, no se interpretasen en concordancia con otras ideas (la de individuo, por ejemplo), no estrictamente éticas, que modularan su interpretación. ¿Será una misma cosa la igualdad entre las personas en el socialismo que parte de aquélla como un postulado originario, que en aquel otro que parte de la desigualdad y toma la consecución de la igualdad como un objetivo ? Aquella primera concepción propenderá quizá al armonismo, supuesto que en nuestra igualdad originaria, por ejemplo en cuanto al valor de la cultura en que crecemos, se encontraría el fundamento de nuestro respeto mutuo, a partir del cual solventar democráticamente los conflictos causados por nuestros respectivos hechos diferenciales. Pero si la igualdad, en cambio, se entiende respecto a los valores de nuestra cultura, será inevitable postular la desigualdad respecto a quienes no crecieron en ella, de modo que la igualación pasará por transmitirles aquellos valores. ¿Y no estuvo esta dicotomía en la concepción de la ética en el origen de la expansión cultural soviética (enseñanza del ruso, etc.) en el oriente socialista, Cuba, África, etc. y también en la propia escisión del socialismo (conflicto con China, etc.)?

La URSS cayó, pero no se entiende por qué se pretende que arrastró con ella esta concepción de la ética. O, de otro modo, si fue así, ¿no queda reducida la importancia histórica de la ética socialista a la de, por ejemplo, el cristianismo preconstantiniano (como si en buena parte ésta no fuera una creación de filólogos) ? ¿Tiene la misma importancia ética el marxismo que la secta de Qumrán, que ciertamente no dio lugar a Iglesia alguna? ¿Y puede construirse desde la impugnación de todo Estado o institución -presente y pasada- originalmente dimanante de un ideario emancipador, una política, como la que nuestros autores pretenden, cuyo alcance tendría que ser, como poco, proporcionado al de la URSS?

El alcance del programa expuesto por Riechmann, considerado globalmente y sin perjuicio del enorme interés de muchas de sus propuestas, no deja tampoco de suscitar dudas análogas. Pues al plantear un programa ecológico a escala mundial, se elude de algún modo el principal obstáculo para su desarrollo que es el conflicto entre los Estados. Se diría que Riechmann opera a partir del supuesto de que, en un momento u otro, ésta será la única alternativa que posibilitará la subsistencia del planeta y que ante la expectativa de la catástrofe, se impondrá. Pues, de otro modo, no se explica la ausencia de análisis sobre las vías de su implantación. ¿Se impondrá la racionalidad ecológica por sí sola a toda otra racionalidad política? ¿No existiría también en la historia una prueba de su incomposibilidad ?

Concluiremos, en cualquier caso, que el interés de este ensayo no puede ser mayor, aun cuando no se compartan las opciones de sus autores, puesto que en él aparecen consideradas con abundantísima información y perspicacia los numerosos dilemas de la izquierda actual. La elaboración de la propuesta de Fernández Buey y Riechmann es por esto mismo indispensable para cualquiera que, desde la izquierda, quiera discutir cuál ha de ser su programa para este siglo que viene.

{Noviembre 1998}
{Papeles de la FIM 17 (2002), pp.208-212}

1 comentario:

  1. Mandé esta reseña a los Papeles de la Fundación de Investigaciones Marxistas en 1998 que la aceptó y la publicó en 2002, 6 años después de la aparición del libro. El retraso me permitió apreciar, eso sí, lo mal escrita que está. Me interesé en este libro por mi admiración, que conservo, por la obra pluridisciplinar de Jorge Riechmann. Pero tuve que sufrir toda la primera parte de Fernández Buey: reescribir el marxismo desde las buenas intenciones, muy a juego con su gusto literario (se anticipaba a su tiempo, me temo).

    Mi propio gusto literario es bastante insufrible en esta reseña, a juego con su inspirador intelectual, Gustavo Bueno. Pero los argumentos de Bueno sirven al menos para despertar del idealismo (la ética separa, no sólo une) y todavía los encuentro convincentes en este punto. La apuesta de Riechmann, en cambio, sigue vigente: mi pesimismo procede más bien de leer a Jared Diamond (nuestra racionalidad ecológica nos suele llevar al colapso).

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