José Luis Moreno Pestaña, Filosofía y sociología en Jesús Ibáñez. Genealogía de un pensador crítico, Madrid, Siglo XXI, 2008.
Siendo todavía estudiante de licenciatura, una de mis primeras lecturas sobre metodología de las ciencias sociales fue una compilación de textos que Jesús Ibáñez preparó para la revista Anthropos, acompañando un número monográfico que a su vida y obra dedicó la misma publicación en 1990. En España era ya posible entonces acceder a traducciones de algunos de los autores que acabaría definiendo el canon filosófico sobre el análisis de las ciencias sociales, tal como lo recogerían los numerosos manuales que aparecerían dentro y fuera de España en las dos décadas siguientes. De ahí la perplejidad de un lector desavisado como yo ante un Ibáñez que se declaraba un genio y cifraba su genialidad en descubrirnos e interpretar autores tan esotéricos en su matemática (¿social?) como su muy querido George Spencer-Brown. Esotéricos, al menos, si lo comparamos con la sobriedad de la teoría de juegos analizada, pongamos, por Jon Elster. Afortunadamente, Ibáñez publicaba también una autobiografía intelectual que ayudaba a entender la singularidad de sus recomendaciones, explicando la formación autodidacta de su criterio en un paisaje universitario desconocido para los lectores de mi generación. Uno de ellos, José Luis Moreno Pestaña, revisa hoy la vida del sociólogo pasiego para explicarnos, algo mejor que el propio Ibáñez, su peculiar originalidad.
La perspectiva de nuestro autor tiene la virtud de su generalidad: intenta analizar a Ibáñez como antes analizó a Foucault, aplicando principios generales que extrae, por un lado, de la sociología del conocimiento (principalmente Bourdieu, pero también Randall Collins) y, por otro lado, de filósofos clásicos como Spinoza. Aunque Moreno Pestaña siente simpatía tanto por el propio Ibáñez como por su obra, no es discípulo suyo. Tiene educación y experiencia profesional como sociólogo, pero como profesor universitario de filosofía puede distanciarse de las disputas gremiales sobre la significación de Ibáñez. Quizá esto introduzca un sesgo distinto, pues el análisis de Moreno Pestaña nos presenta al Ibáñez más filosófico, apoyándose, no obstante, en el gusto de éste mismo por la especulación.
El libro, en realidad, no aporta demasiados detalles sobre la vida de Ibáñez y principalmente contrasta su propio testimonio de 1990 apoyándose en otras publicaciones y en algunas entrevistas (se diría que pocas para la complejidad de la trayectoria de Ibáñez). La genealogía que ensaya Moreno Pestaña es fundamentalmente intelectual: se estudia la gestación de su obra a partir de las instituciones y los autores que contribuyeron a alumbrarla. Así, en los capítulos 2 y 3 reconstruye brevemente lo que se enseñaba y se podía leer en la Universidad que frecuentó Ibáñez y encuentra un antecedente insospechado de sus argumentos en el uso filosófico de la física que propone Zubiri. Ibáñez continuaría aquí sus argumentos (como también los de Ortega) sobre cuál sea el alcance del conocimiento científico a la vista de resultados como los de Heisenberg o Gödel. Aunque Ibáñez se apoyase en autores franceses, su conclusión no sería muy distinta: si ni la matemática ni la física pueden agotar cuantitativamente nuestro conocimiento de la realidad, mucho menos podrá la sociología.
Tras repasar brevemente la evolución política de los colegiales del César Carlos, el paso de Ibáñez a la investigación de mercados y cómo desarrolla los grupos de discusión (caps. 6-7), Moreno Pestaña aborda la constitución del campo sociológico español (caps. 8-9). Como bien muestra el autor, Ibáñez tenía partidarios dentro del gremio que finalmente aseguraron su cooptación a una cátedra de métodos y técnicas de investigación. Pero Ibáñez quiso contribuir elaborando teóricamente su experiencia con los grupos de discusión frente a sus adversarios políticos e intelectuales (principalmente, la sociología norteamericana). Para escapar así al materialismo marxista y a la tradición analítica anglosajona, Ibáñez acudiría, según nuestro autor, al postmodernismo francés. Su originalidad radica en que conectaría así con la generación filosófica dominante en nuestro país, recuperando, además, temas de su propia educación de postguerra. No obstante, Ibáñez presentaría su crítica de la sociología cuantitativa apelando a la autoridad de físicos y matemáticos, es decir, sin excluir su propia disciplina del ámbito científico. Y todo ello sin renunciar ni un tono político subversivo ni a la posibilidad de seguir realizando estudios de mercado.
La combinación de todas estas perspectivas en los textos de Ibáñez produjo resultados conceptualmente muy oscuros, pero su éxito, según Moreno Pestaña, radicaba en que públicos muy diversos podían encontrar ecos satisfactorios de sus propias ideas. Y apreciar, además, la dimensión oracular que gradualmente fue adquiriendo el discurso de Ibáñez (caps. 12-13) al perder su contacto con la práctica sociológica y volcarse enteramente en la especulación. Para nuestro autor, Ibáñez degeneró en un “importador de grandes nombres” sin la originalidad creativa que antes le daba a su pensamiento el trabajo empírico y su propio nomadeo social.
Es muy probable que un uso más sistemático de archivos y entrevistas matice muchos de los episodios de esta sociogénesis que nos propone Moreno Pestaña, aunque no aporte novedades radicales (a juzgar por lo que se viene publicando, se diría que Ibáñez ya lo contó todo y sólo queda interpretarlo). En cuanto a la valoración de su trabajo, todo dependerá, en realidad, de si surgen discípulos con la envergadura suficiente para poder recuperar algunas de sus ideas y reivindicarlo (y no sólo recordarlo). Quizá esto llegue a suceder, pero de momento se diría que su obra es más un episodio más de la Historia del pensamiento español que del debate sociológico internacional. Y, por eso, en algún sentido, la principal contribución de Moreno Pestaña es ofrecer una nueva perspectiva metodológica al Hispanismo filosófico.
No obstante, me gustaría señalar al menos un problema abierto para esta perspectiva: la singularidad de Ibáñez no es enteramente distinta de tantos otros “pensadores heterodoxos del mundo hispánico”: el propio Zubiri, pero también Agustín García Calvo o Gustavo Bueno, por poner sólo dos ejemplos del mismo periodo que Ibáñez. Autores carismáticos cuya obra desafía las convenciones disciplinares y, pese a su originalidad, se van desvaneciendo por falta de eco más allá de su círculo inmediato. El concepto de campo parece pensado para analizar las oposiciones intradisciplinares en el ámbito académico, pero ¿puede decirnos algo sobre los repetidos fracasos de nuestros ensayistas más creativos para ser discutidos por alguien más que sus amigos? Bourdieu nunca tuvo que preocuparse demasiado de este problema, pero cualquier sociología del intelectual español inevitablemente tendrá que enfrentarlo.
Siendo todavía estudiante de licenciatura, una de mis primeras lecturas sobre metodología de las ciencias sociales fue una compilación de textos que Jesús Ibáñez preparó para la revista Anthropos, acompañando un número monográfico que a su vida y obra dedicó la misma publicación en 1990. En España era ya posible entonces acceder a traducciones de algunos de los autores que acabaría definiendo el canon filosófico sobre el análisis de las ciencias sociales, tal como lo recogerían los numerosos manuales que aparecerían dentro y fuera de España en las dos décadas siguientes. De ahí la perplejidad de un lector desavisado como yo ante un Ibáñez que se declaraba un genio y cifraba su genialidad en descubrirnos e interpretar autores tan esotéricos en su matemática (¿social?) como su muy querido George Spencer-Brown. Esotéricos, al menos, si lo comparamos con la sobriedad de la teoría de juegos analizada, pongamos, por Jon Elster. Afortunadamente, Ibáñez publicaba también una autobiografía intelectual que ayudaba a entender la singularidad de sus recomendaciones, explicando la formación autodidacta de su criterio en un paisaje universitario desconocido para los lectores de mi generación. Uno de ellos, José Luis Moreno Pestaña, revisa hoy la vida del sociólogo pasiego para explicarnos, algo mejor que el propio Ibáñez, su peculiar originalidad.
La perspectiva de nuestro autor tiene la virtud de su generalidad: intenta analizar a Ibáñez como antes analizó a Foucault, aplicando principios generales que extrae, por un lado, de la sociología del conocimiento (principalmente Bourdieu, pero también Randall Collins) y, por otro lado, de filósofos clásicos como Spinoza. Aunque Moreno Pestaña siente simpatía tanto por el propio Ibáñez como por su obra, no es discípulo suyo. Tiene educación y experiencia profesional como sociólogo, pero como profesor universitario de filosofía puede distanciarse de las disputas gremiales sobre la significación de Ibáñez. Quizá esto introduzca un sesgo distinto, pues el análisis de Moreno Pestaña nos presenta al Ibáñez más filosófico, apoyándose, no obstante, en el gusto de éste mismo por la especulación.
El libro, en realidad, no aporta demasiados detalles sobre la vida de Ibáñez y principalmente contrasta su propio testimonio de 1990 apoyándose en otras publicaciones y en algunas entrevistas (se diría que pocas para la complejidad de la trayectoria de Ibáñez). La genealogía que ensaya Moreno Pestaña es fundamentalmente intelectual: se estudia la gestación de su obra a partir de las instituciones y los autores que contribuyeron a alumbrarla. Así, en los capítulos 2 y 3 reconstruye brevemente lo que se enseñaba y se podía leer en la Universidad que frecuentó Ibáñez y encuentra un antecedente insospechado de sus argumentos en el uso filosófico de la física que propone Zubiri. Ibáñez continuaría aquí sus argumentos (como también los de Ortega) sobre cuál sea el alcance del conocimiento científico a la vista de resultados como los de Heisenberg o Gödel. Aunque Ibáñez se apoyase en autores franceses, su conclusión no sería muy distinta: si ni la matemática ni la física pueden agotar cuantitativamente nuestro conocimiento de la realidad, mucho menos podrá la sociología.
Tras repasar brevemente la evolución política de los colegiales del César Carlos, el paso de Ibáñez a la investigación de mercados y cómo desarrolla los grupos de discusión (caps. 6-7), Moreno Pestaña aborda la constitución del campo sociológico español (caps. 8-9). Como bien muestra el autor, Ibáñez tenía partidarios dentro del gremio que finalmente aseguraron su cooptación a una cátedra de métodos y técnicas de investigación. Pero Ibáñez quiso contribuir elaborando teóricamente su experiencia con los grupos de discusión frente a sus adversarios políticos e intelectuales (principalmente, la sociología norteamericana). Para escapar así al materialismo marxista y a la tradición analítica anglosajona, Ibáñez acudiría, según nuestro autor, al postmodernismo francés. Su originalidad radica en que conectaría así con la generación filosófica dominante en nuestro país, recuperando, además, temas de su propia educación de postguerra. No obstante, Ibáñez presentaría su crítica de la sociología cuantitativa apelando a la autoridad de físicos y matemáticos, es decir, sin excluir su propia disciplina del ámbito científico. Y todo ello sin renunciar ni un tono político subversivo ni a la posibilidad de seguir realizando estudios de mercado.
La combinación de todas estas perspectivas en los textos de Ibáñez produjo resultados conceptualmente muy oscuros, pero su éxito, según Moreno Pestaña, radicaba en que públicos muy diversos podían encontrar ecos satisfactorios de sus propias ideas. Y apreciar, además, la dimensión oracular que gradualmente fue adquiriendo el discurso de Ibáñez (caps. 12-13) al perder su contacto con la práctica sociológica y volcarse enteramente en la especulación. Para nuestro autor, Ibáñez degeneró en un “importador de grandes nombres” sin la originalidad creativa que antes le daba a su pensamiento el trabajo empírico y su propio nomadeo social.
Es muy probable que un uso más sistemático de archivos y entrevistas matice muchos de los episodios de esta sociogénesis que nos propone Moreno Pestaña, aunque no aporte novedades radicales (a juzgar por lo que se viene publicando, se diría que Ibáñez ya lo contó todo y sólo queda interpretarlo). En cuanto a la valoración de su trabajo, todo dependerá, en realidad, de si surgen discípulos con la envergadura suficiente para poder recuperar algunas de sus ideas y reivindicarlo (y no sólo recordarlo). Quizá esto llegue a suceder, pero de momento se diría que su obra es más un episodio más de la Historia del pensamiento español que del debate sociológico internacional. Y, por eso, en algún sentido, la principal contribución de Moreno Pestaña es ofrecer una nueva perspectiva metodológica al Hispanismo filosófico.
No obstante, me gustaría señalar al menos un problema abierto para esta perspectiva: la singularidad de Ibáñez no es enteramente distinta de tantos otros “pensadores heterodoxos del mundo hispánico”: el propio Zubiri, pero también Agustín García Calvo o Gustavo Bueno, por poner sólo dos ejemplos del mismo periodo que Ibáñez. Autores carismáticos cuya obra desafía las convenciones disciplinares y, pese a su originalidad, se van desvaneciendo por falta de eco más allá de su círculo inmediato. El concepto de campo parece pensado para analizar las oposiciones intradisciplinares en el ámbito académico, pero ¿puede decirnos algo sobre los repetidos fracasos de nuestros ensayistas más creativos para ser discutidos por alguien más que sus amigos? Bourdieu nunca tuvo que preocuparse demasiado de este problema, pero cualquier sociología del intelectual español inevitablemente tendrá que enfrentarlo.
{Agosto 2008}
Hola David,
ResponderEliminar¿No te parece exagerar un poco el decir que a Zubiri o Gustavo Bueno -no conozco la obra de García Calvo- sólo los leen sus amigos? Precisamente se trata de filósofos que han hecho algo más que importar en el campo español y, por ello, generan lecturas más allá de su radio de acción institucional y de sus redes de próximos: sería fácil de objetivar lo que digo. Esas lecturas pueden ser de algunas de sus tesis sin tener que abrazar sus doctrinas de conjunto -que muchos hagan eso y abracen hasta a sus personas es otro cantar, y son devociones que genera cualquier pensador- porque conectan con problemas centrales de la filosofía y lo hacen de un modo original.
Otra cosa es que en España, por razones que intento explicar en mi libro -campo dominado en la división internacional del trabajo intelectual-, sea poco rentable hablar de autores españoles. Cuando uno se ocupa de ellos recibe el consejo de no hacerlo sino quiere ver descender su prestigio. Y ello porque buena parte de la tarea es importar novedades exteriores.
Yo los he comenzado a leer seriamente no hace mucho, trabajando sobre los intelectuales en el franquismo y me doy cuenta -independientemente de lo que vaya a ser mi investigación- de hasta qué punto me he perdido cosas mejor dichas y pensadas que otras que abrazaba con mucha devoción.
Decirte también que las operaciones de investigación que propone el concepto de campo no se limiten a la vida académica. Si yo entiendo bien a Bourdieu ayuda a comprender y mucho al mundo extraacadémico de producción intelectual. El concepto de campo permite atender a procesos que de otra manera pasan desapercibidos. Entre ellos, la relación entre el campo y sus fronteras, esto es, la vida extraacadémica (las reflexiones sobre la "bohemia crítica" en el libro van en ese sentido). El concepto, claro está, debe aplicarse con atención a las configuraciones concretas (y no, evidentemente, utilizarse como una cantinela prestigiosa -"el campo genera esto o lo otro..." incapaz de generar preguntas específicas sobre el mundo social e histórica).
Un abrazo y enhorabuena por el blog.
Muchas gracias por la matización sobre el concepto de campo (me di cuenta de lo que implica en el caso de Ibáñez leyendo la recensión de tu libro que publicó Luis Enrique Alons en Empiria [http://moreno-pestana.blogspot.com/])
ResponderEliminarSobre el caso de García Calvo y Bueno puedo ofrecer, en cambio, un testimonio personal: conocí bastante bien la obra y el círculo del primero hasta principios de los 1990 y la del segundo hasta finales de esa misma década. Una cosa que desesperaba a los lectores de uno y otro entonces es que nadie "se atrevía" a criticar sus ideas por escrito. La única excepción era el propio Gustavo Bueno, que publicó una reseña de _¿Qué es el Estado?_ de García Calvo. Y Quintín Racionero, que puso unas notas críticas a la ontología de Bueno en unas actas publicadas por Meta. Yo mismo contribuí luego a organizar un debate sobre _ España contra Europa_ a propósito de una crítica de Juan Bautista Fuentes. Y creo que esa fue toda la polémica en ¿20 años? Yo creo que este es un dato objetivable (admito contraejemplos, por supuesto).
Por otro lado, tanto García Calvo como Bueno tuvieron sobrada capacidad de atraer discípulos cualificados o simples "compañeros de viaje", que comentaron favorablemente sus obras por escrito. Pero ambos se las arreglaron también (García Calvo menos, Bueno mucho más) para estropear su relación personal con ellos. A partir de aquí, sno volvieron a escribir sobre sus obras. Simplificando: dejas de ser su amigo, dejas de cultivar sus ideas. Esto es igualmente objetivable: el caso más egregio es el de Savater, pero se me ocurren más.
La explicación del fenómeno es puramente sociológica, pero no creo que sea "poco rentable" académicamente dedicarte a autores españoles. En el Oviedo de los 70 y 80 era muy rentable dedicarte a la obra de Bueno. Para explicar por qué lo era mucho menos fuera de Oviedo creo que habría que analizar el papel que desempeñó el propio Bueno en las oposiciones de acceso al cuerpo de profesores universitarios durante ese mismo periodo. Y también su forma de publicar (revista y editorial propia, en el caso de Bueno; editorial propia en el de García Calvo), etc.
Gracias por el comentario, José Luis
Son varias cuestiones las que señalas en tu comentario. Todas de mucho interés. Me centro en dos:
ResponderEliminar1)La relación entre maestro/discípulo próximo y entre círculos de discípulos. La tesis de Collins sobre la "ley de los números pequeños" -que me parece una forma inteligente, aunque no la única, de captar el problema y conceptualizarlo- implica que la lucha por el espacio de atención (limitado siempre) es terrible en una misma generación y que los debates son mortíferos para apartar a los concurrentees y generan dentro del círculo de próximos que he estudiado un poco todas las rencillas de campanario posibles. He tratado algo sobre las cuestiones de la interacción ritual en
http://www.fes-web.org/publicaciones/res/archivos/res08/05.pdf
La vigencia de un pensamiento necesita para comprobarse el trabajo del tiempo y de la lejanía social. En los casos de Zubiri y Bueno, me parece que hay signos de que se trata de obras susceptibles de múltiples apropiaciones, no condicionadas por la experiencia personal ni por la conexión exclusiva con una red institucional e intelectual. La cantidad de lectores de Bueno o Zubiri fuera de sus círculos me parece un ejemplo que puede objetivarse viendo su presencia fuera de nuestras fronteras en personas que no tienen los gustos políticos o no comparten las redes institucionales de ambos. El caso es más claro en Zubiri porque ha pasado más tiempo con su obra. Pero apuesto que pasará con Bueno o Manuel Sacristán. Y con Ibáñez, claro.
2) La de la jerarquía de bienes simbólicos en la filosofía o en la vida intelectual. Como tema, la filosofía española, creo, tiene menos valor académico -fuera de ciertos nichos muy delimitados en el espacio y el tiempo como el que citas- que otros: ¿por qué es menos interesante, menos capaz de participar en problemas de conjunto de las tradiciones filosóficas? No lo creo. Los textos de Sacristán o Bueno -o los de Ortega en los años 40- sobre metafilosofía ¿son menos valiosos que los de Habermas, Rorty o Foucault? Sin embargo, se citan menos (hoy) y dan un toque demodé a quien lo hace.
¡Lo dice uno que ha publicado hasta ahora sobre todo acerca del pensamiento francés!
Gracias por tus respuestas, David, y saludos cordiales
Muy interesante tu artículo y las posibilidades de lectura que plantea, José Luis. Recuerdo que tanto a García Calvo como a Bueno les oí quejarse de que el gremio no les leía (o si les leía no les citaba), es decir, eran "poco competitivos" en el mercado de la atención gremial. No sé cómo hubiera afectado ese reconocimiento a su carácter.
ResponderEliminarEn todo caso, yo me refería en la reseña a un problema para sociólogos (sobre las dificultades de comunicación de algunos pensadores españoles), que no prejuzga cuál sea el valor intelectual de sus contribuciones. Sobre esto sólo tengo una opinión personal.
Dicho esto, yo no creo que las de Bueno o García Calvo sean contribuciones menos valiosas que las de tantos otros autores extranjeros (con Ibáñez o Sacristán, por ejemplo, tengo más reservas). Pero son más excéntricas: para entender la teoría del lenguaje de García Calvo tienes que acudir, en última instancia, a la prosodia, algo totalmente insólito en los estudios lingüísticos y, sobre todo, filosóficos sobre el lenguaje. Las tesis metafilosóficas de Bueno suponen una ontología cuyas coordenadas están más en el siglo XVII que en el XX: que yo recuerde, los _Ensayos materialistas_ omitían prácticamente por completo el problema del lenguaje y orillaban a M2 el de la conciencia. Esto no es una objeción sustantiva, en principio, es sólo la constatación de su excentricidad.
Hola David,
ResponderEliminarYo creo que el grupo de discusión es una técnica excelente y todo lo que ella tiene de Ibáñez -nada más teórico que una buena técnica-le da un importante valor a éste. Sacristán me parece que en el campo de la marxología y de la filosofía de las ciencias sociales es muy consistente. Pero son mis opiniones, claro.
Interesante es lo que señalas sobre García Calvo y Bueno. Yo creo que sería imaginable que el arbitrario cultural -la prosodia o la ontología del XVII- que ellos representan fuera exportado por intermediarios a otros lugares. Al fin y al cabo, aquí recibimos con alborozo productos bastante difíciles para nuestro marco cultural. Y los digerimos, aunque nos cueste.
La norma filosófica internacional podría ser "garciacalviana" o "buenista"... si no se diera la división del trabajo intelectual de la que hablo.
En el caso de Bueno -insisto en no conocer a García Calvo-, además, hay en sus primeras publicaciones un notabilísimo esfuerzo por integrar y discutir modelos filosóficos distintos. Nadie en su sano juicio puede decir que vivía cerrado al mundo. Todo lo contrario.
Lo que los hace excéntricos son procesos sociales que deben explorarse. No son ellos los excéntricos porque vivan en redes filosóficas poco fértiles.
Aunque creo que en esto estamos de acuerdo...
JL
Mil gracias por el comentario, José Luis.
ResponderEliminarLa cuestión más profunda que planteas, creo, es si el materialismo filosófico podría ser un movimiento del alcance internacional de la filosofía analítica, la fenomenología o la hermenéutica, pongamos por caso. Estamos de acuerdo en que esto depende de un proceso social, puesto que las ideas no se difunden por sí solas. Lo que yo me pregunto aquí es qué papel desempeñan los autores de estas ideas en el proceso social de su difusión y, en mi opinión, en el caso de Bueno y su escuela este papel es nefasto.
Es indiscutible que Bueno estuvo siempre abierto al mundo, tanto en lo que toca a las ideas (se diría que estuvo al tanto de todo lo importante en filosofía hasta los primeros 80), como a los medios (filosofia.org fue pionera en el debate filosófico internacional en nuestra lengua). Pero para la difusión de sus ideas Bueno y su escuela escogieron "jugar en casa", a partir de los 70 y prácticamente hasta finales de los 90: la inmensa mayoría de los textos de Bueno están publicados o en su revista o en su editorial, cuyo ámbito de distribución fue siempre más bien restringido. Pero más importante aun que esto es quién más publicaba allí, cosa que dependía principalmente de su criterio personal. Otro tanto podría decirse de los congresos (Bueno apenas sale de España, como Ortega o Zubiri, o después Lledó, Aranguren, el propio García Calvo), seminarios, etc.
¿Por qué escogió Bueno este modelo de difusión? Supongo que decidió proceder así adoptando las convenciones más extendidas en la universidad española de entonces. Hay quien lo intentó con menos éxito (Carlos París, por ejemplo). A la altura de 1970 quizá esto pareciera una opción ganadora, y congruente con su propio planteamiento intelectual ("España contra Europa", etc.). Pero me temo que se demostró equivocada y me temo que no supieron rectificar
En este sentido (y otro tanto podría decirse de García Calvo) creo que Bueno contribuyó decididamente a su propia excentricidad. Lo cual no es un juicio de valor sobre la calidad de sus ideas, sino sobre su destreza en la gestión académica.
David:
ResponderEliminarAprovechando esta entrada, me gustaría saber como se puede conseguir un texto tuyo que citaba Jose Luis (perdonar las familiaridades) en su libro sobre Ibañez. Supuestamente era un enlace para internet,pero tecleé la direccion y me dió error. Era sobre sociologia y ciencia media, creo recordar. El titulo, por cierto, me ofreció la pista de que conocias la obra de Bueno,algo poco habitual en sociologos jovenes, asi que busque articulos tuyos en El Basilisco y efectivamente, alguna relacion había.
Sobre la influencia de bueno mas alla de Oviedo, el año pasado tuve como profesor de Teoria sociologica Clasica a un discipulo suyo, mejor dicho de Juan Bautista Fuentes...nada mas llegar a clase y al escuchar las referencias que introducía en su discurso estaba esperando a escuchar el nombre de Bueno, que a partir de ese momento practicamente no dejó de sonar practicamente en todas las clases. La otra cara de la moneda, el profesor de Cambio social me dijo que "ya estaba viejito" y el de Sociologia de la Educacion directamente le llamó "demente" (yo me fuí de clase, porque ante esa tesitura...)
Vamos, que, en general, en la UCM, sección Sociologia, es efectivamente un "riesgo" y un desprestigio mentar a Bueno. Al fin y al cabo para muchos estudiantes es "el del Gran Hermano", o peor aun, "el del PP"...
Respecto a su "círculo", he estado en varias jornadas de filosofia (asi, en abstracto, que diria el) y practicamente eran de materialismo filosofico. Como el propio Basilisco, que ha cambiado su subtítulo ("Revista de Filosofia, Ciencias Humanas...") por el mas directo de Revista de Materialismo filosofico. Y sus conferencias nunca dejan de ser interesantes, pero ultimamente tira mucho por el lado comico (es un decir) y mucho público, me da la impresión va a verlo para conocer al personaje.
Para Jose Luis:
Me gustaria obtener informacion sobre el proyecto que llevais a cabo en Cadiz sobre "Intelectuales y Calidad Democratica"...He intentado muchas veces buscar informacion via internet y no he podido.
Y mas alla de ello felicitarte por el libro. Quise preguntarte in situ sobre el mismo y sobre tu proyecto de investigacion cuando viniste a Madrid, pero ante tanto profesor tampoco vi el momento. Lo que mejor recuerdo de la presentacion fue la disputa que mantuviste con el profesor Recio, que te acusaba de "no haber entendido a Ibañez" y "de haber intentado clausurar una obra abierta, viva etcetc"....perdoname el cotilleo pero yo sufri a ese profesor (a Recio) y tire un año de "analisis del discurso".
Un saludo a ambos.
Gracias por tu comentario, Pablo. La reseña que citaba José Luis está ahora colgada aquí mismo:
ResponderEliminarhttp://mobilibus.blogspot.com/2009/04/luis-enrique-alonso-la-mirada.html
(Se publico en la REIS)
La descripción ambiental es exáctamente como dices...
Hola David,
ResponderEliminarSoy yo quien te da las gracias por tus reflexiones.
Continúo con las mías, esperando que nos ayuden a avanzar. Me centro, ahora, en lo del medio propio. Luego retomamos, si quieres, otras cuestiones que apuntas.
La opción de crear una revista -y editorial... menos, pero también- propia es normal en toda escuela fuerte y original: desde "Actes de la recherche" hasta "Mientras tanto". Luego está la definición de lo que es una escuela. Puede entenderse por ésta: una red institucional, una red de apoyo mutuo intelectual y una red de problemas comunes. Las tres dimensiones pueden superponerse o no y por supuesto conocen fases y, si la escuela dura, generaciones. La evaluación de la escuela de Gustavo Bueno requiere juicios matizados. Como cualquiera: la de Foucault, Ibáñez, Bourdieu o Sacristán. Lo comentaba con mi amigo Salvador López Arnal en al entrevista que me hizo en "Rebelión" (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=66536)Creo que una comparación de los distintos modelos de escuelas y sus fases resultaría útil para clarificar la vida intelectual. Y haciéndolo, como manda Spinoza: "Non ridere, non lugere, neque detestari, sed inteligere".
En general, creo que me concederás, tendemos a ver la secta en el ojo ajeno y no la institución total (que diría Goffman) en el propio.
Además habría que ordenar -siento si esto suena muy bourdisiano ortodoxo, pero no me imagino una forma mejor de decirlo- las transformaciones de la relación entre el campo intelectual, el político y el mediático. Eso es central en las derivas de las trayectorias de las que hablamos.
Pablo: muchísimas gracias y me hubiera encantado que me saludaras. Habrá otros momentos, espero, en Madrid o en Cádiz o por ahí. El proyecto: además del libro sobre Ibáñez (un estudio de caso), hay un excelente libro en prensa de Francisco Vázquez ("Herederos y pretendientes", Editorial Abada) que recoge el movimiento del campo filosófico desde los 60 y otro mío realizándose (se terminará cuando salga de tribunales varios) que comienza un momento antes de la guerra civil y se cierra con el debate Sacristán-Bueno (se llamará "La norma de la filosofía"). Acabo de publicar un artículo en "Telos" que te puedo mandar si me das tu dirección (hay otros de carácter metodológico sobre Collins, Bourdieu, etc., que están accesibles en el blog). Otros compañeros (Alejandro Estrella sobre el exilio, José Benito sobre las revistas, Ildefonso Marqués sobre la prensa) preparan también trabajos al respecto...
Saludos cordiales a ambos
JL
Ante todo, muy interesantes todos los volúmenes del proyecto que anuncias, que seguro que dará para más discusiones interesantes.
ResponderEliminarPor la parte personal, reconozco que tengo la institución total en el ojo: tengo debilidad por el tipo de institucionalización de la teoría económica que se desarrolla en España desde finales de los 70 de la mano de antiguos estudiantes de programas anglosajones y que da como resultado departamentos de economía como el de la Carlos III (este proceso tiene también sus sociólogos).
Pero dejando aparte esta preferencia personal mía por la institución, yo no calificaba de secta el ambiente ovetense: me refería tan sólo a la idoneidad de los medios escogidos desde el punto de vista de la difusión. Por poner el ejemplo que citas: frente a la opción de Bourdieu de fundar una revista está la opción de Latour de publicar en revistas ajenas. Con independencia del valor que tenga la obra de uno u otro, lo cierto es que Latour es desproporcionadamente más discutido internacionalmente que Bourdieu (que también lo es).
Yo creo que al materialismo filosófico (no diré García-Calvo, Sacristán o Ibañez, que tuvieron menos opciones académicas) habría conseguido más aceptación si se hubiesen mezclado más, pero... ¿quién sabe?
Las opciones hay que verlas en contexto. ¿Se podía hacer la sociología de Bourdieu en 1975 en la Revue Française de Sociologie o en las revistas disponibles? Como explica Luc Boltanski en un libro maravilloso ("Rendre la réalité inacceptable"), no. Esa es la pregunta que habría que hacerse respecto al Basilisco. Yo creo que no. Lo que decía Bueno debía decirse en una revista propia.
ResponderEliminarSobre si es más discutido Latour o Bourdieu, ¿estás seguro? Una cosa u otra no quita valor a ninguno, por lo demás.
En el caso de Sacristán e Ibáñez el problema es que se mezclaron demasiado... lo que les impidió concentrarse en una obra propia (además de los problemas académicos).
La institución total como supersecta (un único grupo de referencia que penetra en todos los aspectos de la vida) es, desgraciadamente, común: la gente está tan atrapada en su habitus por la marca de referencia que habla, ríe, tartamudea o bizquea a lo oxoniano o a lo parisino. Eso ayuda muy poco al debate intelectual y demasiado a fijar los grupos de pertenencia en malas razones implícitas de la voluntad y no en las buenas de la razón explicitada. ¿O soy un racionalista ingenuo, un positivista feliz (neurathiano y foucaultiano)? Puede...
Sé que dices lo de la institución total con autoironía. En cualquier caso, si tuviera un ápice de realidad, confirmaría mi tesis sobre la normalización del mundo español, aún, a partir de principios de importación.
Un abrazo
JL
Me parece perfecto el análisis contextual, José Luis, pero hay que ir viendo también la evolución. En 1975 puede que tuviera sentido tener una revista propia, dado el panorama editorial español. Pero ¿es igualmente óptimo para la difusión de tus ideas publicar el 95% de tus artículos en tu propia revista de 1975 a 1995?
ResponderEliminarSobre Latour y Bourdieu: fue una anécdota que oí en el CSI (Latour tenía más citas en el SCI que prácticamente la EHESS al completo). Se podría comprobar.
Esto es una opinión personal, pero creo que las instituciones académicas más poderosas funcionan, de algún modo, como una institución total. Son las que atraen un mayor número de buenos candidatos para cualquier puesto, la competencia es más feroz y eso suele ir aparejado a una organización más rigurosa de las rutinas diarias (horas de estudio, escritura, participación en seminarios, etc.). Esto es muy claro en el caso de los economistas (por la vía de importación de usos académicos anglosajones).
Oviedo, desde luego, no era así.
La verdad es que este intercambio de comentarios me da esperanzas sobre el futuro de la sociologia bien informada de filosofía (¿o es al reves? Es una broma, ya se que no sois amigos del ombliguismo disciplinar- o categorial, jeje) en España.
ResponderEliminarBueno Jose Luis, a ver si hay suerte y te veo pronto en la presentacion de "La norma de la filosofía", que espero ansiosamente desde ya mismo. Como el libro de Vazquez- ahora estoy empezando "La invencion del racismo"- y ,en general, cualquiera de los trabajos que estais haciendo por el sur- Murcia y Cadiz,no?.
Mi direccion: pablo.gonzalez.delatorre@hotmail.com
"la gente está tan atrapada en su habitus por la marca de referencia que habla, ríe, tartamudea o bizquea a lo oxoniano o a lo parisino"
Esto por ejemplo es aplicable 100% a la escuela de Oviedo, donde se podrían rastrear giros(referencias a axiomas de maria), ejemplos(el circulo cuadrado o el sexto poliedro regular), chistes privados(el de "todo es quimica" con Severo Ochoa es un clasico),modos de exposicion e incluso tonos en debates que te avisan, en el acto, de que estas delante de un discipulo/seguidor de Bueno. Creo recordar que ya en un articulo del Basilisco de principios de los 80 Jose Antonio Lopez Burgos hablaba de la sorpresa de Manuel Garrido cuando conocía a cualquier discipulo de Bueno que llegaba a Valencia, por la "fuerte impronta del maestro" que este portaba.(el simil etologico es interesante). Esto vale tambien para althusserianos (vamos, que tambien me ha dado clases Gabriel Albiac).
David:He visto que tienes reseñado el libro de Pablo Huerga. Cuando se lo mostre a mi profesora de "Sociologia de la Ciencia",tras el examen en el cual me examino sobre el articulo de las ostras de Michel Callon y sobre uno de vampiros de Donna Haraway, me dijo, en un tono que despedia cierta lastima: "ESte me viene ahora con Merton" (!!!).El otro profesor me dijo que lo que pasaba es que Bueno "era un lógico" (esto quizá se lo leyo a Alain Guy).
Un saludo a ambos.Seguire pasando por aqui a menudo (¿no colgarías los articulos del Basilisco tuyos, eh David?jeje)
Gracias, Pablo. Estuve buscando precisamente el archivo electrónico de la reseña de Thoreau, que apareció en El Basilisco, para ver si lo podía colgar aquí y no lo tengo. Tampoco el archivo de mi artículo sobre el marxismo analítico. Ambos fueron escritos en un procesador de textos para MS2. Sí colgué la reseña de los libros de F. Pérez Herranz y P. Santana que escribí ya en un PC, pero nunca publicaron en El Basilisco (a pesar de que la aceptaron). Podrás reconocer el espíritu también en la crítica del libro de Fdez Buey y Jorge Riechmann (continuadores de Sacristán).
ResponderEliminarPero tengo también inéditos discutiendo internamente las tesis de García Calvo (que no quisieron publicar en Archipiélago) y alguna que otra joya más. Lo mío con la heterodoxia hispánica es una debilidad...
Hola David,
ResponderEliminarSería muy fácil leer el mundo social si fuera tan simple como lo explicas. En los sitios buenos están los buenos, los otros tienen envidia porque no llegan. Desgraciadamente (porque como ideal normativo puede no ser malo), no es así. Al menos, tal como yo lo veo, hay tres formas de consagración: la académica, la intelectual (reconocimiento por el grupo de pares) y la autonomía intelectual (que supone la capacidad de plantear con novedad problemas de una disciplina). Las tres pueden ir juntas o para nada. Jesús Ibáñez, por ejemplo, tuvo más autonomía intelectual cuanto más careció de consagración académica e intelectual.
En líneas generales es el asunto que trato en el artículo de Telos: http://hum40.cdf.udc.es/telos/01d4e494eb12b3a04/01d4e495040ff0e01/index.php
Un antropología seria de la vida intelectual puede mostrar que se da lo que tú dices ("buena selección de las especies") pero también que hay mucho escolasticismo tras la aparente sofisticación intelectual o redes de ayuda mutua sin valor intelectual (normalmente se superponen redes institucionales y el origen de clase). Ortega tiene excelentes análisis al respecto del escolasticismo como fenómeno en "La idea de principio en Leibniz". A la vez, creo yo, las exigencias implícitas para entrar en ciertas instituciones pueden bloquear las condiciones de creación intelectual -que exigen siempre como condición necesaria y no suficiente- la distancia respecto a las propias redes y la posibilidad de combinarse con redes ajenas. El estudio de Bourdieu sobre Heidegger o los análisis de Collins dan abundante información al respecto.
Para Pablo: Sobre el eje Murcia-Cádiz (nadie me lo había dicho nunca pero está bien visto), yo no me planteo la diferencia entre sociología y filosofía cuando se trata de escribir sobre el mundo social. Una sociología que no sea reflexiva sobre qué conceptos usa y cómo los usa actúa como si fuese una ciencia que trabaja según las normas de las ciencias monoparadigmáticas: y ni es, ni puede ser el caso. Una filosofía que hable de sociología sin conocerla por dentro es una venerable práctica de conocedores del Ser incapaz de identificar los entes (que decía un hombre sabio)...
Muchas gracias por los apuntes etnográficos.
Un abrazo a ambos
JL
Gracias por el comentario una vez más, José Luis. Pero yo estaba intentando explicar cómo la competencia convierte a los mejores departamentos universitarios en "instituciones totales": cuando hay muchos doctorandos muy buenos en un mismo departamento, las cargas de trabajo que soportan suelen ser, en promedio, mayores que las de los departamentos con doctorandos menos buenos. Y eso supone que la vida se acaba organizando en torno al estudio.
ResponderEliminarYo no digo que no haya gente que no trabaje mucho en los departamentos malos. Pero es optativo: si no quieres trabajar, puede que incluso llegues a ser doctor. En los departamentos buenos, si no quieres trabajar, te ves obligado a dejar el programa.
Otra cosa es que la producción intelectual de esos departamentos buenos sea más escolástica, menos original, etc. Pero respecto al caso que nos ocupa, el del materialismo filosófico, creo que se cumple muy bien lo que estoy diciendo. Basta con ver la relación de tesis que se redactaron en el entorno de Oviedo y tratar de medir su calidad con algún criterio (se me ocurren varios). Aquí hay una posible lista:
http://www.nodulo.org/ec/2003/n020p20.htm
Harían falta bastantes más datos, pero la calidad de los estudiantes que querían trabajar con Bueno en Oviedo, ¿no desciende con cada "oleada"? Simplemente porque con los años aparecen otras alternativas más prometedoras para los buenos alumnos (incluso en la propia Universidad de Oviedo). Curiosamente, en la "segunda oleada" las mejores tesis (a mi juicio) se hacen en su mayoría fuera de la Facultad de Filosofía ovetense (Fuentes, Pérez Herranz, Vega López).
En la "primera oleada" la mayor parte de los doctorandos acabaron siendo profesores universitarios. En la segunda, la mitad. En la tercera me temo que no llegarán ni a eso.
Hola David,
ResponderEliminarVuelvo al debate una vez liberado de trabajos variados. ¿No crees que utilizar como indicador de la calidad de una escuela que sus miembros sean o no profesores universitarios es un poco arriesgado? Sobre todo, debería relacionarse, en cada momento, para ver la productividad del indicador, con los candidatos a profesor, los puestos disponibles para, las relaciones de fuerza que facilitan el acceso al puesto...
Sobre lo primero, el mundo sería exactamente igual al discurso autosatisfecho de las elites si fuera como tú dices. Los buenos están en los buenos puestos. Hay ejemplos que lo confirman y otros que no. Si te ha llegado mi artículo de "Telos" sobre las diversas formas de consagración verás qué pienso...
Saludos cordiales
José Luis
José Luis, gracias por perseverar en la discusión, a pesar de tus muchos quehaceres. Sigo en Londres, así que me temo que no puedo incorporar al debate tus reflexiones en Telos. Asi que intento tan sólo aclarar mi argumento.
ResponderEliminarLa tesis era que los buenos departamentos universitarios tienden a atraer a los mejores doctorandos y esto suele redundar en la calidad de sus tesis doctorales. Para medir esta calidad como aproximación se pueden utilizar varios criterios y uno es el éxito en el mercado laboral de sus autores. Cuando hay movilidad dentro del mercado, como en el mundo anglosajón, el resultado suele ser bastante panglossiano.
Es discutible si en el caso de las facultades de filosofía españolas la calidad de la tesis está correlacionada con la consecución de una plaza. Principalmente, porque la mayor parte de las plazas se han adjudicado de un modo endogámico y eso apenas indica que al departamento que te convirtió en doctor le parece que te mereces esa plaza. Así que estoy de acuerdo en añadir todos los matices que apuntas para ponderar el éxito intelectual y el profesional.
No obstante, en el caso de las Escuela de Oviedo, que era el que aquí discutíamos, mi opinión es que los primeros estudiantes de Bueno (1970-1980) publicaron libros en editoriales importantes y algunos encontraron puestos universitarios fuera de Oviedo; en la década siguiente (1981-1990) todos publicaron principalmente en editoriales/revistas ovetenses y trabajaron en la universidad donde se doctoraron; y de 1991 a 2000, ya no publicaron mucho, ni siquiera en medios ovetenses, ni tampoco trabajaron en la universidad.
Mi hipótesis es que posiblemente algunos de los mejores doctorandos de la filosofía española estuvieran en Oviedo en la década de los 70, no tantos en los 80 y pocos en los 90. La calidad comparativa de las tesis doctorales (respecto a otras universidades españolas) fue descendiendo. Las publicaciones y el éxito profesional son dos indicadores que lo sugieren, pero estoy dispuesto a considerar otros que indiquen lo contrario.
PD. Los datos los tomo de aquí (y de mi memoria, así que puedo equivocarme)
http://www.filosofia.org/ave/001/a111.htm
Que sepais que os leo, mañana escribire algo, hoy he acabado examenes y tengo dia sabatico.
ResponderEliminarMañana os veo.
PD: Jose luis, muchas gracias por la separata, te iba a escribir en breve, pero no pusiste tu numero de despacho.
Un saludp