18/1/11

Jean-Claude Passeron, Le raisonnement sociologique. Un espace non-poppérien de l’argumentation, París, Albin Michel, 2006.

En el prefacio a la segunda edición francesa, Jean-Claude Passeron nos advierte de los múltiples malentendidos que lastraron el debate en torno a Le raisonnement sociologique (LRS ). Creo que la densidad conceptual de la obra explica, si no justifica, muchos de ellos, al menos en mi caso. Pese a las aclaraciones añadidas a esta nueva edición, me temo que sólo puedo contribuir a este debate aportando nuevos malentendidos que le den al autor la oportunidad de elucidarlos. La novedad de estos malentendidos, si es que hay alguna, radica en la diferencia de perspectivas entre Passeron y el autor de estas líneas, muy probablemente generacional. Yo comenzaba mis estudios universitarios cuando se publicaba la primera edición de LRS y leo ahora la segunda después de tan solo una década dedicado a la filosofía de las ciencias sociales. De ahí mi sorpresa no ya ante las tesis metodológicas de LRS, sino ante la justificación que Passeron nos propone.

Una de sus tesis principales, según la (mal)interpreto, es que las ciencias sociales tienen que servirse necesariamente de argumentos informales, pues es imposible aislar de modo unívoco y dar una definición general todas las variables pertinentes para analizar matemáticamente una situación eminentemente singular. Como justificación, Passeron apela a la inviabilidad del ideal científico defendido originalmente por el Círculo de Viena, de un lado, y por Popper, de otro. Como es sabido, este ideal se basaba en una concepción formal de las teorías que se demostró indefendible, por razones que Passeron desarrolla con amplitud en un epílogo que recapitula su propia posición en LRS. Y de ahí mi sorpresa, y quizá el primer malentendido: ¿quién sostenía en 1991 las tesis que Passeron critica?

Me temo que se trata de una querella de sociólogos, más que un debate estrictamente filosófico. A la altura de 1960, autores como Carl Hempel o Ernst Nagel sabían ya de las dificultades de justificar la superioridad del conocimiento científico (frente a la metafísica) a partir de la estructura de sus teorías y ensayaron una nueva vía que es, aparentemente, la que aquí quiere seguir Passeron: analizar en qué condiciones resultan aceptables los distintos tipos de explicación científica, concebidos como otras tantas formas de argumentación. Es decir, pasos inferenciales, no siempre deductivos desde un conjunto de premisas a una conclusión. Durante los últimos 40 años, la filosofía de las ciencias sociales se sirvió ampliamente de esta estrategia generando un cuerpo de debates sobre la potencia argumental de las explicaciones que nos vienen ofreciendo economistas, sociólogos, antropólogos, etc. Y esto es lo que un lector de mi generación/educación habría esperado encontrar en LRS: no tanto la crítica del proyecto positivista original, como una tipología de los argumentos que, según Passeron, caracterizarían el razonamiento sociológico, junto con una discusión de su fortaleza .

Pero se diría que a Passeron le interesa más bien mostrar, a través de sus críticas al formalismo logicista del positivismo, el carácter necesariamente incompleto del formalismo matematizante en ciencias sociales. Y la fuerza de su propio argumento se apoya en las dificultades semánticas de semejantes proyectos: e.g., la imposibilidad de construir un “vocabulario observacional” en el que volcar sin ambigüedad los datos que arroje la investigación empírica, de modo que su acumulación sirva como base para contrastar teorías sociológicas o construir generalizaciones legiformes. Este sería mi segundo malentendido: ¿tienen alguna vigencia estos argumentos o se reeditan, como indica el autor (p. 22), simplemente para documentar la Historia de los debates metodológicos en Francia? En una época en la que la explotación sistemática de bases de datos y los experimentos sobre decisiones individuales son ya objeto de conversación popular gracias a éxitos de venta como Freakonomics o Predictably irrational, ¿cabe sostener todavía las posiciones de LRS tal como se formularon en 1991? Los más críticos con semejantes empresas son justamente los teóricos más formalistas en las ciencias sociales (los economistas), pues ponen de manifiesto cómo con un aparato teórico mínimo es posible extraer conclusiones interesantes a partir de datos estadísticos ajenos a la propia teoría. Por usar el famoso ejemplo de Levitt, los patrones de respuesta observados en los miles de cuestionarios realizados en las escuelas de Chicago permiten conjeturar qué profesores hacen trampa y rectifican los exámenes de sus alumnos para evitar ser penalizados por sus bajos resultados. ¿Por qué no habríamos de aceptar el contenido de esta base de datos como un vocabulario observacional de uso común en ciencias sociales?

La respuesta no está, creo, en el Círculo de Viena o en sus más inmediatos epígonos, sino en la tradición hoy más viva en filosofía de la ciencia, cuyos orígenes se remontan nuevamente a la década de 1960. Fue entonces cuando autores como Patrick Suppes se preguntaron si las dificultades que plantea el problema de la carga teórica de la observación (extensamente discutido en LRS) no se atenuarían si se recurre al álgebra, antes que a la lógica, para analizar las teorías científicas. Con ello se abandonaría, por un lado, la perspectiva lingüística que dominó la tradición positivista y, por otro, se podría tratar con mayor fidelidad la práctica científica en la que predomina el uso de modelos. Suppes llamó la atención sobre la existencia de modelos centrados exclusivamente en el procesamiento de datos empíricos (e.g., estadísticos) y, por tanto, independientes de las teorías que se aplican sobre ellos. Es decir, no absolutamente independientes respecto de cualquier teoría, pero sí respecto del aparato conceptual que se ha de aplicar sobre tales modelos de datos. Su intuición fue ampliamente desarrollada tanto en la escuela de Stanford (Cartwright, Hacking, etc.) como, formalmente, por el enfoque estructuralista (Sneed, Moulines, etc.). Así, en el caso de las bases de datos utilizadas por Levitt no pueden presumirse sesgos de la teoría económica en su generación (aunque haya otros) y en esa medida es interesante su análisis económico, por minimalista que sea el aparato teórico del autor.

Una de las principales virtudes de estos modelos de datos es la de exhibir regularidades fenomenológicas que aparecen en los datos obtenidos a partir de experimentos y otros estudios empíricos. Puede que no contemos todavía con teorías generales para dar cuenta de tales regularidades y su alcance es, desde luego, contextual. Pero su sola existencia permite el tipo de debates metodológicos que LRS parece declarar impracticables :
La vulnerabilidad y, por tanto, la pertinencia empíricas de los enunciados sociológicos sólo pueden ser definidas en una situación de extracción de información sobre el mundo que es la de la observación histórica, nunca la de la experimentación (LRS, p. 554, traducción de J. L. Moreno Pestaña).

Una réplica inmediata a mi objeción es que me este tipo de regularidades quizá existan en otros dominios de las ciencias sociales, pero no en sociología. Como antes apuntaba, Passeron defiende la historicidad del análisis sociológico de un modo tal que parece no haber lugar para aislar regularidades en los datos agregados o las decisiones individuales. Creo que esta posición se deriva, en buena parte, de una actitud anti-naturalista muy arraigada en sociología (e.g., p. 81), para la cual la universalidad que podemos encontrar en ciertos patrones de decisión de un agente no sería objeto propio de la disciplina. Pero la oleada naturalista sobre las ciencias sociales provocada por el desarrollo de la etología y la neurología durante las dos últimas décadas está poniendo de manifiesto que dentro de la Historia hay espacio para explicaciones que parten directamente de nuestra constitución biológica. Por ejemplo, nuestra miopía para estimar en qué medida se renuevan los recursos ecológicos de los que dependen nuestras sociedades, documentada sistemáticamente a lo largo de los siglos en los casos reunidos por Jared Diamond en Colapso . Los efectos sociales de este déficit cognitivo han sido ampliamente discutidos por los historiadores, pero sólo cuando incorporamos una perspectiva evolucionista sobre nuestra psicología podemos entender con precisión el mecanismo generador de esta miopía ―en lugar de atribuírselo a nuestra irracionalidad, rapacidad, etc. Cuál sea su alcance de este tipo de análisis para la Historia está todavía en discusión, pero su impacto parece suficiente como para reconsiderar si la historicidad debe cifrarse tan sólo en la ausencia de repeticiones espontáneas o en la imposibilidad de aislar las variables relevantes en un laboratorio .

No sé si acierto en mi lectura de LRS, pero no estoy en desacuerdo con las tesis de Passeron: las ciencias sociales se han de servir necesariamente de argumentos informales, cuyo alcance depende, generalmente, del contexto y su aplicación empírica está condicionada por la dificultad de controlar los factores causales que controlan los acontecimientos analizados. El problema es que, así enunciadas, no se me ocurren hoy muchos partidarios de las tesis contrarias. Y, por otro lado, los argumentos de los que se sirve para justificarlas me resultan menos convincentes que las alternativas que vengo enumerando. Los argumentos importan, pues señalan el auténtico alcance del desacuerdo: si actualizamos las referencias de Passeron para incluir el enfoque semántico en filosofía de la ciencia y limamos su anti-naturalismo, tendríamos un espacio argumental “anti-popperiano” en el que cabe una sociología que se apoyase en regularidades empíricas construidas a partir de análisis estadísticos y experimentos para construir explicaciones apelando, entre otros, a mecanismos biológicos propios de toda la especie. No es precisamente la que Passeron practica y defiende en LRS, ni tampoco pretendo yo ahora defender tal alternativa sociológica. Simplemente creo que sus argumentos no son lo suficientemente poderosos para excluir semejante alternativa y, me temo, que si uno concede más peso al debate metodológico actual que a Windelband y el Círculo de Viena no queda más remedio que tomarla en consideración. Otra cosa es que a los sociólogos les interese, pero eso no me corresponde a mí juzgarlo.

[Debate en la RES a propósito de la versión castellana de J. Moreno Pestaña, de próxima aparición en Siglo XXI con F. Aguiar y F. Vázquez y respuesta del propio Passeron]

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