J. L. Luján & J. Echeverría, eds., Gobernar los riesgos. Ciencia y valores en la sociedad del riesgo, Madrid, OEI-Biblioteca Nueva, 2004
La compilación de ensayos sobre el riesgo que nos proponen Luján y Echeverría recoge las contribuciones presentadas a un seminario organizado en 2001, bajo su dirección, por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y la Organización de Estados Americanos. Constituye, por tanto, un estado de la cuestión considerada en una perspectiva CTS, lo cual probablemente constituirá para muchos su nota más original. En particular, por lo que toca al buen número de análisis filosóficos que se suman a los sociológicos o estrictamente técnicos.
Así, una parte significativa de los textos compilados podrían agruparse como análisis de los efectos que tuvo la introducción del concepto de riesgo sobre la teoría social. Al admitir una dimensión contingente e irreductible a la cuantificación en nuestra vida social, se pone una vez más en cuestión el ideal positivista de apelar a leyes (por ejemplo, estadísticas) que sirvan a la vez para explicarla científicamente y organizarla políticamente. En esta perspectiva, sugerida en el propio texto de López Cerezo y Luján, encontramos cuatro ensayos sobre el alcance de la tesis de Beck: Bechmann afirma explícitamente la contingencia de la vida social; Ramos reivindica el concepto de sociedad de la incertidumbre interpretando esta desde la acción; Carr e Ibarra introducen con este mismo propósito el concepto de indeterminación; y Echeverría, por último, descompone la aparente unidad del concepto de riesgo al analizarlo desde los diferentes valores a los que va aparejado.
J. Francisco Álvarez y León Olivé optan por una aproximación indirecta, planteándose, respectivamente, qué modelos humanos o qué concepto de eficiencia tecnológica (al que se aproxima también Eduardo Rueda) sirven mejor para introducir el concepto de riesgo en la teoría social y articularlo con el debate normativo. El texto del propio Beck va un paso más allá y, suponiendo su propio concepto de riesgo, se plantea cómo reformar la ciencia política en una perspectiva cosmopolita para enfrentar teóricamente la amenaza terrorista.
Esta aproximación normativa al riesgo es ya predominante en el resto de las contribuciones recogidas en el volumen. Encontramos, por una parte, un conjunto de ensayos de ética aplicada a cargo de Cranor, Shrader-Frechette y García Menéndez. Todos ellos enfrentan un caso particular (riesgos bioquímicos en la alimentación, contaminación en territorios indígenas y alimentos genéticamente modificados) que documentan convenientemente, planteando a continuación los dilemas morales que suscitan para proponer, de seguido, sus posibles soluciones desde distintas teorías éticas.
Por otro lado, el resto de los trabajos recopilados adopta una perspectiva política que se modula en distintos tonos. Palou y también De Marchi y Functowicz se ocupan de la gestión del riesgo en la Unión Europea, el primero mediante una revisión de sus protocolos de evaluación de la seguridad de los alimentos; los segundos se concentran en cómo se ha regulado en ella la cuestión más general de la gobernabilidad del riesgo. Luján y López Cerezo analizan esta misma cuestión en perspectiva siguiendo la evolución del contrato social científico estadounidense en el XX. Arocena se ocupa, en cambio, del caso de los países subdesarrollados.
Como puede apreciarse ya, la diversidad de perspectivas reunidas en este volumen es considerable, lo cual será, sin duda, una ventaja para quienes estén interesados en una panorámica. No obstante, tratándose como es el caso de las actas de un seminario, se echa en falta una discusión más explícita entre los autores, en particular en lo que se refiere a la discusión general del concepto de riesgo. Beck constituye la referencia común, como lo es también el volumen de López Cerezo y Luján (Ciencia y política del riesgo, 2002) para los autores de lengua española. Pero, al menos en mi caso, resulta inevitable preguntarse en qué medida coincidieron o discreparon en el seminario Bechmann, Ramos o Carr e Ibarra, por poner solo un ejemplo. Por otro lado –y de nuevo esto es una opinión personal–, sorprenden un tanto las críticas que se vierten aquí y allá contra la cuantificación probabilística del riesgo. Cabe intuir las dificultades que ofrece a una concepción frecuentista de la probabilidad como la que subyace al contraste de hipótesis (la cuestión de los falsos positivos, a la que a menudo se alude en el volumen). Pero si se interpreta la probabilidad como grado de creencia, no se ve qué dificultad en particular entrañaría analizar en tal perspectiva muchos de los casos considerados en el libro (e.g., p. 38, pp. 60-63, pp. 92-94). Supuesto, claro está, que esta perspectiva cuantitativa tenga algún interés para el debate social que se pretende promover en torno al riesgo, cosa que no resulta del todo obvia en muchas de las contribuciones a este volumen.
No obstante, estas cuestiones teóricas no obstan para que las muestras de análisis aplicado de riesgos que se nos proponen resulten sumamente fecundas. Los trabajos de Cranor y Shrader-Frechette muestran en qué grado es posible adquirir una posición normativamente defendible en cuestiones sumamente controvertidas (algo más inconcluyente, pero igualmente bien orientado resulta el trabajo de García Menéndez). En su conjunto, el volumen resulta muy informativo y proporciona respuestas y perspectivas con las que abordar buena parte de los interrogantes que abundan hoy sobre el riesgo.
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