15/4/09

Harro Maas, William Stanley Jevons and the Making of Modern Economics, Cambridge, Cambridge University Press, 2005, 330 pp.

La economía es una disciplina cuya Historia es tradicionalmente sensible a las disputas metodológicas –baste con pensar en manuales clásicos como los de Schumpeter o Blaug como ejemplo. Algo tuvieron que ver en ello las disputas acerca del propio estatuto de la economía como ciencia, pues cabía obtener un buen argumento a favor de la escuela neoclásica a partir de la convergencia que se produjo sobre su formulación matemática en el último cuarto del siglo XIX. Que autores de muy diverso origen y formación coincidieran en enunciar un mismo cálculo de utilidad para analizar las decisiones subjetivas debía probar algo sobre su veracidad (o, al menos sobre su potencia como programa de investigación, para decirlo con Blaug). No obstante, hace ya más de una década que esta convergencia paradigmática se viene interpretando no como prueba de la autonomía disciplinar de la economía, sino como ilustración de su dependencia respecto de otros saberes. El acierto de los primeros neoclásicos consistiría en servirse de una misma analogía con la mecánica newtoniana, y en su proceder no serían distintos de los propios físicos del XIX. Pero de ello no se siguen necesariamente consecuencias a favor o en contra de sus resultados: simplemente, se ilumina su contexto de descubrimiento. Aparecen, como veremos, otros dilemas.

El ensayo de Harro Maas que aquí comentamos sirve precisamente como ilustración de esta nueva manera de escribir la Historia de la economía como Historia general de la ciencia. Es decir, a la luz de intereses comunes a muy distintas disciplinas. Formalmente, por ejemplo, el amplio uso de archivos, la atención a temas tales como las representaciones visuales, instrumentación científica, etc. Y en cuanto a sus contenidos, se aprecia también aquí una voluntad de que el análisis se extienda allí donde vaya su objeto, sin atender a su demarcación disciplinar o al gusto de sus intérpretes canónicos. William Stanley Jevons es un personaje que se presta a este tratamiento, y el éxito de Maas en la empresa se vio avalado recientemente (2006) por el premio que le concedió la History of Economics Society.

Jevons fue, en efecto, un personaje singular: tras cursar estudios de química, se interesó por materias tales como el estudio de las nubes, la lógica y la construcción de autómatas, la psicología fisiológica, la estadística y sus representaciones gráficas. Y esto por mencionar solamente los temas abordados en este ensayo –de la dimensión épica de Jevons, se ha ocupado, entre nosotros, Juan Urrutia. Y obsérvese que en este índice no aparece la economía, cuando el título del ensayo alude precisamente a the making of modern economics. En parte, el lector interesado en la contribución específicamente económica de Jevons dispone ya de otras monografías recientes (como las de Schabas o Peart). Lo que Maas reconstruye en su ensayo es su gestación extradisciplinar, en la que adquiere un sentido diríamos que sorprendente.

Suele objetarse contra la teoría de la utilidad marginal su carencia de contenido psicológico. Pues bien, este ensayo nos descubre en qué condiciones pudo adquirirlo cuando Jevons la enunció y lo que encontramos es un argumento filosófico sumamente complejo que Maas reconstruye desde sus fuentes. Por una parte, los experimentos del autor sobre la formación de nubes le introdujeron en el principio de que la imitación era un procedimiento de análisis perfectamente aceptable allí donde se carecía de acceso inmediato (cap.4). Por otro lado, pudo aplicar este principio al análisis de la mente a través sus estudios de lógica que le condujeron, de la mano de Babbage, a la construcción de autómatas (caps. 5 y 6). Esta inspiración mecanicista se proyectó sobre la psicología, al defender Jevons su reducción a la fisiología corporal (cap. 7). Desde esta perspectiva, la utilidad, como cálculo de placer y dolor, debía interpretarse como una aproximación funcional a los procesos cerebrales, como prolongación de las disputas de la época sobre el trabajo como inversión de energía física, al modo de las máquinas, por oposición a quienes defendía su carácter de realización espiritual (cap. 8). En otras palabras, el cálculo económico se apoyaba en lo que hoy calificaríamos como una posición eliminativista en filosofía de la mente, arraigada en la pasión de sus contemporáneos por las máquinas (de vapor, claro: el Jevons de Harro Maas es un perfecto ejemplo de steampunk).

Una segunda objeción no menos recurrente contra el paradigma neoclásico es su falta de contenido empírico. Y otro acierto de este ensayo es el de presentarnos el programa de Jevons dentro de las disputas sobre el inductivismo de la Inglaterra del XIX (cap. 3), a las que nuestro autor contribuye con sus trabajos sobre la normalización de datos estadísticos a efectos de su representación gráfica (cap. 9). El tema de la medición como clave en el progreso de la ciencia, y en particular de la economía, es uno de los motivos dominantes en la obra de Jevons, tal como Maas nos las presenta. De hecho, la división entre ciencias sociales y naturales queda disuelta, pues los procedimientos de medida se justificarían de idéntica manera en ambas (la metáfora de la balanza es particularmente pregnante a este respecto: cap. 10).

Tenemos pues una reconstrucción de la obra de Jevons desde sus raíces culturales, cuyo mérito (dejando aparte el virtuosismo y erudición del análisis) radica en mostrarnos desde qué supuestos resultaba viable el programa marginalista en economía. Justamente aquellos cuya ausencia denunciaron después más encendidamente sus críticos. El dilema abierto entonces es qué ocurrió después de Jevons para que se eclipsaran los debates que justificaron este programa en su contexto de descubrimiento. Cabe sospechar que su resurgimiento hoy (a propósito de trabajos como los de Don Ross o Marcel Boumans) no es ajeno al ensayo del propio Maas. Sólo cabe reprocharle que no los abordase explícitamente, al menos en la conclusión. Muchos pensarán que quizá así estropease un magnífico ejercicio de Historia intelectual. Pero les responderemos que si el éxito de esta consiste aquí en cuestionar la demarcación convencional de otras disciplinas, ¿por qué habría de detenerse ante la suya propia?

{Septiembre 2006}
{Asclepio 59.1 (2007), pp. 321-323.}

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