14/4/09


Carlos Elías, La razón estrangulada. La crisis de la ciencia en la sociedad contemporánea, Barcelona, Debate, 2008, 479 pp.

Uno de los problemas del ensayo español es que difícilmente conjuga el nervio de la actualidad (esto es coto de periodistas) con la profundidad de sus tesis (propia más bien de académicos). Carlos Elías conserva todavía intactos los registros adquiridos como escritor de prensa diaria puestos ahora, con éxito, al servicio de una ambición intelectual característicamente universitaria. Convertido así en nuestro John Horgan, Elías proclama que los científicos españoles deben intervenir en la divulgación y gestión de la ciencia para salvarla del abandono en el que la está sumiendo sus adversarios culturales. Y estos son principalmente quienes carecen de formación para entenderla y, sin embargo, deciden sobre ella: científicos sociales y gentes de letras. El argumento de Elías se despliega en más de cuatrocientas páginas, así que examinémoslo someramente.

En el primer capítulo, a modo de preámbulo, Elías nos presenta comparativamente la situación de las ciencias en España y el Reino Unido, sirviéndose de su propio itinerario como estudiante de química y periodismo, como periodista después y luego como profesor universitario. La suya es la autoridad del testigo: tras estudiar y ejercer como profesional de las ciencias y letras, Elías se apoyará ante todo en su propia experiencia para defender su tesis sobre el declive de la ciencia en ambos países, ampliándola aquí y allá con argumentos más generales que vienen a confirmar su testimonio. Su propósito, anunciado invocando a Aristóteles, es persuadir a los científicos de que desciendan a la arena mediática y combatan la irracionalidad, siguiendo su propio ejemplo.
Ha de empezar por convencerlos, por tanto, de que la ciencia está en declive y así el segundo capítulo comienza enumerando distintos datos que parecen indicarlo en ambos países: descenso del interés por las noticias científicas, descenso en la matrícula en las carreras de ciencias, cierre de departamentos. Esto va aparejado a un empeoramiento gradual de las carrera científica, con salarios comparativamente bajos para el nivel de formación exigido y unas condiciones de trabajo cada vez más duras (cap. 3). Se inicia aquí la investigación sobre las causas de este declinar, que comienza con un examen de las múltiples connotaciones peyorativas con las que los científicos que aparecen retratados en cine y televisión (cap. 4). Elías explica este tratamiento denigrante apelando, por una parte, a las carencias de formación científica de los profesionales de la comunicación y, por otra, a las ideas erróneas sobre la ciencia que reciben principalmente de la filosofía durante sus estudios universitarios (cap. 5). “Los de letras” (incluyendo ya aquí a los autoproclamados científicos sociales) gobiernan así el mundo de la comunicación e imponen una visión de la ciencia arraigada en el resentimiento: su incapacidad para entender las ciencias. No son dos culturas, sugiere Elías, sino dos inteligencias (cap. 6). Pues los científicos son capaces de generar arte (cap. 7), pero no suele suceder a la inversa.

A partir de aquí comienza un curso sobre la ciencia en los medios de comunicación que, se diría, tiene por objeto instruir a los científicos sobre cómo servirse de ellos para combatir a sus adversarios culturales. Elías explica las dificultades que encontrará hoy quien pretenda divulgar la ciencia en un periódico (cap. 8), el monopolio de los gabinetes de prensa de las principales revistas de impacto y, correlativamente, del inglés como vehículo de comunicación científica, así como la propia competencia entre científicos por servirse de los temas más llamativos para promocionar su carrera (cap. 9). El caso de Nature, a la que se dedica íntegramente un capítulo (el décimo), sirve como ejemplo paradigmático. La clave de la buena divulgación radica, para Elías (cap. 11), en utilizar el propio lenguaje científico de tal manera que los argumentos originales se expongan sin adulterar y quede bien patente la diferencia entre ciencia y pseudociencia (contra lo que actualmente sucede en la divulgación “de letras”). De ahí que los científicos deban intervenir para remediar la situación. De lo contrario, expuestos al bombardeo audiovisual los niños irán perdiendo capacidad de abstracción y, con ella, la posibilidad de pensar racionalmente y contribuir al progreso de la ciencia y de nuestra propia civilización.

Como podrá apreciar el lector, pese a sus dimensiones, La razón estrangulada es un manifiesto político en la mejor tradición del dualismo occidental. Son ya más de dos mil años de Apocalipsis dicotómico que no acaban: donde antes se enfrentaron la ciudad de Dios con la ciudad del Hombre o el proletariado contra la burguesía¸ ahora luchan los de ciencias contra los de letras por la salvación de Occidente. Científicos del mundo, ¡uníos!, proclama Elías. Pues, según sus propios datos, por ahora se muestran tan indiferentes a este declive como los obreros industriales al comunismo antes de Marx. El patrón del argumento de Elías no es muy distintos del de sus predecesores: disfrutarán de él los apocalípticos y no tanto los integrados.

Aun siendo “de letras” uno puede simpatizar en muchos puntos con sus observaciones, sin compartir la conclusión. A muchos nos gustaría que más alumnos españoles y británicos estudiaran ciencia, que nuestros medios de comunicación la divulgaran mejor y que su enseñanza se generalizase en la universidad, sin que por ello pensemos que estemos ante una crisis de la que sólo los científicos pudieran salvarnos. Para empezar, porque los problemas a los que tendrían que enfrentarse “los de ciencias” son problemas que el propio Elías nos presenta como “de letras”: probablemente un científico será un mejor divulgador de sus conocimientos que un lego, pero ¿sus programas de televisión interesarán más a la audiencia? ¿Generarán más vocaciones científicas? ¿Hay algo en su formación que le cualifique para ello? Por lo que cuenta el propio Elías, se diría que en el Reino Unido los científicos sí que se implicaron de un modo en la divulgación y los resultados, no obstante, no parecen ser mejores que en España.
Elías argumenta desde el presupuesto platónico de que al comprender la verdad de las ciencias (adecuadamente divulgada por “los de ciencias”) querremos saber más. Pero, si como el propio Elías sugiere, la comprensión de la verdad científica sólo está al alcance de los más inteligentes, ¿cuántas vocaciones más ganaremos con la divulgación? ¿No querrá más bien la mayoría delegar en China el desarrollo futuro de la ciencia (como ya sucede con la industria). Pues, ¿de verdad las inteligencias superiores optarán por una carrera tan llena de sinsabores como las de ciencias?

El propio Elías no se engaña a este respecto, muchas de las mejores cabezas españolas optaron por profesiones “de letras”, incluso después de cursar estudios científicos. Y cuando “los de ciencias” gestionan la propia ciencia ¿de verdad los rendimientos son tan superiores? Para empezar, advirtamos que a menudo se enfrentan entre sí cuando compiten por el presupuesto público (ya sucedía con el proletariado: los obreros “de derechas”), como el lector de divulgación pudo comprobar gracias a los alegatos de Steven Weinberg a favor de la superioridad de la física de partículas (y contra la física aplicada). Y cuando les toca gestionarlo, el éxito parece deberse más a la destreza personal del administrador que a su propia condición de científico (y de esto tenemos ejemplos en la gestión de múltiples Facultades de Ciencias).

Un jurista conservador, Richard Posner, apoyándose en experimentos psicológicos (es decir, letras sobre letras) defendió que leíamos a los intelectuales públicos no para que desafiasen nuestros prejuicios sino para que los confirmaran. Por eso les perdonábamos sus predicciones erróneas, pues son también las nuestras. Elías alimenta con sus argumentos el prejuicio de quienes espontáneamente se reconocen como “de ciencias”: los de letras son menos inteligentes, peores divulgadores y pésimos gestores de la ciencia (de lo cual no faltan evidencias, por otra parte). La predicción es que “los de ciencias” serán mejores en ambos aspectos. Yo, personalmente, creo que merecen la oportunidad de intentarlo, y aprecio mucho el esfuerzo de Carlos Elías para animarles a ello. Pero les aconsejaría que primero intentaran responder a las preguntas anteriores, para que como tantos apocalípticos, no desistan demasiado pronto de su empeño.

{Agosto 2008}

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