15/4/09

Francesco Guala, The Methodology of Experimental Economics, N. York, Cambridge University Press, 2005.

Una de las objeciones más escuchadas contra la microeconomía es la de que cuando vamos de compras no nos comportamos como maximizadores racionales de utilidad. En otras palabras, uno de los supuestos centrales en el análisis económico es empíricamente erróneo. Para defender, pese a ello, su valor epistemológico se propusieron distintas réplicas contra esta objeción, apelando a posiciones más o menos instrumentalistas: la teoría no describe de modo adecuado la toma de decisiones del agente individual, pero sus predicciones son acertadas. Hubo quien sostuvo esto de los individuos (v.gr., Friedman respecto a la maximización de la utilidad esperada), pero los economistas se alinearon mayoritariamente con Marshall: incluso si los individuos se confunden, sus “errores” se cancelan al agregarse, y en conjunto tienden a comportarse como establece la teoría de la demanda.

No obstante, el escepticismo respecto al análisis económico del comportamiento individual era, en general, intuitivo, tanto entre objetores como entre sus propios defensores. Hasta después de la Segunda Guerra Mundial el control experimental de la conducta económica no comenzó a desarrollarse sistemáticamente y su conversión en una subdisciplina académicamente respetable se obtuvo sólo con la concesión del Nóbel de la especialidad a Kahneman y Smith en 2002. Es imposible subestimar, por tanto, la importancia metodológica de la economía experimental, pues viene a ordenar definitivamente algunas de nuestras intuiciones centrales sobre el valor empírico de la teoría económica. O eso creíamos, pues a menudo los partidarios y detractores de esta coinciden en señalar la miseria metodológica de la economía experimental: es imposible reproducir en un experimento las condiciones en las que los agentes toman realmente sus decisiones y, por tanto, sus resultados no sirven para convalidar nuestras intuiciones a favor o en contra de nuestros modelos teóricos.

En The Methodology of Experimental Economics, Francesco Guala examina y defiende el estatuto metodológico la economía experimental de un modo que quiere resultar asequible a economistas y filósofos. Para aquellos, buena parte de sus 11 capítulos constituyen una introducción «situada» a muchos debates actuales sobre metodología científica. Estos se verán sorprendidos sobre su rendimiento al aplicarse a un caso tan singular como es el de la experimentación en ciencias sociales. Así, junto a un buen número de cuestiones clásicas (evidencia, explicación nomológico-deductiva, causalidad, ...), Guala introduce también algunas tesis propias del neoexperimentalismo, como la distinción entre datos y fenómenos, la pluralidad de la ciencia o las mediaciones entre teoría y experiencia. Aunque no se propone un desarrollo completo de cada una de ellas, la claridad de la presentación y el interés de los ejemplos con que se ilustran lo convierte en un texto muy adecuado para su uso en cursos de metodología económica.

La estrategia argumental de Guala en su vindicación de la economía experimental es dúplice. Por una parte, intenta establecer cuál es el alcance del conocimiento que nos proporcionan los experimentos. Su tesis aquí es que nuestro control causal de la conducta económica es efectivo (a partir de los datos aparecen regularidades fenoménicas estables), pero restringido por unas condiciones experimentales concretas. De ahí que debamos constreñir nuestras inferencias sobre los resultados experimentales conforme a tales condiciones, explicitando el conocimiento de fondo subyacente (background knowledge) mediante sucesivas inducciones eliminativas donde se establezca objetivamente su valor empírico. Guala establece su tesis contra un buen número de alternativas filosóficas. Desde luego, el falsacionismo (durante años predominante en la metodología económica) y, en general, contra las posiciones exageradamente deductivistas (inevitablemente abocadas a los dilemas de Duhem-Quine), pero también contra la interpretación bayesiana del conocimiento de fondo (y se diría que también del propio diseño experimental). De este modo, Guala se opone a quienes apelando a posiciones de principio cuestionan el valor de los experimentos económicos por su carácter excesivamente particular: no cabe alternativa mejor, y el metodólogo debe dar cuenta de ello.

La segunda parte del argumento de Guala (y también de su libro) se concentra en el dilema de la validez externa de los experimentos económicos: ¿pueden sus conclusiones extrapolarse a los auténticos mercados? Nuestro autor despliega aquí su tesis sobre los experimentos como mediadores entre la teoría y el mundo. Nuestras inferencias serían antes analógicas desde experimento al mundo que directas (de la teoría a su aplicación): sólo en la medida en que el experimento reproduzca satisfactoriamente aquellas circunstancias reales por las que nos interesamos (a veces tan sólo por motivos prácticos, como en las subastas de telecomunicaciones) podremos considerar justificadas nuestras analogías, y no sólo por su congruencia con nuestro modelo teórico. De nuevo, se trata de un razonamiento de lo particular (nuestras circunstancias experimentales) a lo particular (el caso analizado). De ahí su condición de mediadores: no son sin más el objeto de análisis al que se aplica la teoría, sino que lo representan de un modo no exclusivamente teórico, que tiene un interés en sí mismo. Frente al particularismo radical (radical localism) defendido por Bruno Latour, Guala afirma así un particularismo «intermedio»: intentar imponer normas metodológicas universales es tan nocivo como negar absolutamente su existencia.

Nadie podrá negar el interés y la solvencia de semejante argumento y, en esa medida, la economía experimental quedará metodológicamente vindicada contra sus críticos. No obstante, cabe preguntarse también qué perspectivas nos abre esta posición sobre el conjunto de la metodología económica. Por ejemplo, queda abierta la cuestión de qué inferencias podemos establecer de los experimentos ya no al mundo, sino a la teoría. Uno de los casos más ampliamente discutidos por Guala en la primera parte de su libro es el de la preference reversal, claramente contradictorio con uno de los ingredientes centrales en la teoría de la elección racional: la relación de preferencia es asimétrica. Se trata de un resultado experimental bien establecido, frente al cual proliferan las respuestas que, en el mejor de los casos, o bien minimizan la importancia del axioma en cuestión, o bien ofrecen modelos de decisión alternativos. Ambas opciones son válidas para Guala. El dilema que cabe aquí plantearse (y sobre el que apenas encontramos mención en este trabajo) es qué prueban los experimentos respecto a la teoría. Por el momento, los fracasos experimentales no parecen dar suficientes motivos para la adopción de enfoques alternativos, sin que sepamos muy bien cómo afecta esto al estatuto científico de la teoría económica. Dado el gusto por la generalidad matemática de sus partidarios, se diría que la particularidad de los resultados experimentales, tan bien defendida por Guala, constituye un buen motivo para no prestarles demasiada atención. El economista teórico podría considerar su actividad como un puro ejercicio de matemática aplicada del que podría aprovecharse independientemente el experimentador para articular modelos contrastables, sin que su fracaso empírico les restase justificación. Todo depende, desde luego, cómo se conciba la unidad de la economía como ciencia, y en una perspectiva neoexperimentalista como la de Guala no parece que tengamos demasiados motivos para exigir tal unidad –que era, justamente, la que creaba dificultades empíricas en la concepción positivista clásica de los modelos económicos. Por tanto, la teoría económica gozaría de una envidiable salid a este respecto y las objeciones de sus críticos revelarían únicamente incomprensión respecto a cómo funciona su disunidad. ¿Es esto aceptable? Júzguelo el lector, a modo de ejemplo del interés que los debates que previsiblemente nos traerá el desarrollo de esta posición.

{Enero 2006}
{Theoría 57 (2006), pp. 342-343}

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